De paseo
Leer en Nueva Tribuna (12-1-2017)

En busca de un pedacito de césped donde frotar estúpidamente la suela de la accidentada bota, la mierda de perro (o al menos en eso confío) se me convierte en una asquerosa metáfora de la vida, y pienso en el dinero que nos gastamos, por ejemplo, en calzado para que tarde o temprano acabe enterrado en una apestosa deyección callejera, y empiezo a divagar, digamos, con el contraste absurdo y casi irrisorio que se da entre el mundo tecnológico y elegante que nos vende la publicidad de las cosas y las calles reales de mi cuidad salpicadas aquí y allá de oscuros chorretones de orina y excrementos pisoteados y esparcidos por la acera. Saben a lo que me refiero, el peso de lo real, la aspereza de la vida tal y como es y no como deseamos o tratan de vendernos, esa vida idealizada de los anuncios de productos bancarios, de automóviles o de partidos políticos. Maldigo y clamo al cielo por la falta de civismo de quienes dejan que sus perros se alivien en cualquier parte, es cierto, pero también agradezco de vez en cuando, tan abrupto contacto con la realidad. Tanto que, en cierta ocasión, la experiencia me valió para escribir un cuento muy querido, y ahora esta columna, que sin dejar de ser un (agradable) paseo por los primeros días de enero, me sirve a su vez de desahogo. La bota ya está limpia, por cierto.
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