La marginalidad de la literatura
En los últimos días, casi todos los medios
de comunicación de este país se han hecho eco de esta noticia: “El 40% de los
españoles no lee nunca”. El dato es terrorífico, porque del nunca al casi nunca
pasamos enseguida al 60% restante, donde aparecen juntos y revueltos lectores
de todo tipo y condición. En definitiva, parece ser que los lectores
habituales, casi se me escapa “sospechosos habituales”, se han convertido en una
consolidada minoría. Siempre que aparecen este tipo de datos, todos nos
llevamos las manos a la cabeza, nos decimos unos a otros, ¡pero cómo es
posible!, ¡hay que tomar medidas! Y es entonces cuando desde los diferentes
gobiernos españoles empiezan a sacarse de la manga múltiples planes de fomento
de la lectura cuyo spot publicitario suele ser la mar de ingenioso; y lo vemos
por la tele y lo escuchamos por la radio e incluso los escasos lectores
españoles acaban leyéndolo en algún periódico. Unos meses después, las burbujas
del marketing desaparecen y todos tan contentos. Los políticos siguen con el
Marca, los futbolistas con la gomina y los medios de comunicación a la caza de
noticias sobre políticos y futbolistas.
La literatura se ha convertido en algo marginal.
Las páginas de prensa dedicadas a los libros han desaparecido o bien han sido
marginadas exclusivamente a suplementos denominados culturales que aparecen una
vez por semana. No están en el día a día. El libro no es noticia, a no ser que
haya sido escrito (o venga firmado) por el famoso de turno, o que el escritor
sea un superventas millonario, algo parecido a una estrella del rock o un actor
de Hollywood. El dinero, el éxito fulgurante, eso es lo noticiable hoy en día.
En la televisión, en los telediarios, los libros no existen (¿Nos consolamos
con Página dos?).
En el colegio, los niños siguen dándole al
Arcipreste de Hita (el plan de estudios de lengua y literatura debe de ser el
mismo que tenía mi bisabuelo) y creyendo que leer es una actividad triste,
aburrida e incomprensible. La percepción generalizada de que leer es aburrido
es el gran lastre de nuestro sistema educativo. Mientras tanto, las librerías
deben hacer malabarismos para sobrevivir, los escritores cualquier otra cosa
menos escribir y los lectores buscarse otro trabajo en sus horas libres para
intentar llegar a fin de mes. Menudo briefing
(con perdón) para una campaña de fomento de la lectura.
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