A otra cosa
Leer en el diario digital Nueva Tribuna
En estas fechas parece que toca hacer balance y propósitos de futuro. Está bien, nos da la impresión de poder segmentar la continuidad imperturbable del tiempo. Claro que no podemos detenerlo, decir hasta aquí hemos llegado, volvamos a empezar, ¡se cometieron errores!, que diría Franzen. No, pero al menos podemos hacernos la ilusión de cambio, de reinicio sobre la marcha, de saltar de un vagón a otro a riesgo de salir malparados, pero con la esperanza de encontrar algo mejor, quizá, tan solo algo menos malo que lo que nos deparó ese fragmento de existencia que fue para nosotros el año 2016.
En estas fechas parece que toca hacer balance y propósitos de futuro. Está bien, nos da la impresión de poder segmentar la continuidad imperturbable del tiempo. Claro que no podemos detenerlo, decir hasta aquí hemos llegado, volvamos a empezar, ¡se cometieron errores!, que diría Franzen. No, pero al menos podemos hacernos la ilusión de cambio, de reinicio sobre la marcha, de saltar de un vagón a otro a riesgo de salir malparados, pero con la esperanza de encontrar algo mejor, quizá, tan solo algo menos malo que lo que nos deparó ese fragmento de existencia que fue para nosotros el año 2016.
Personalmente, y permítanme que haga aquí
una confidencia, ha
sido un año para olvidar, por lo que este mecanismo casi de ficción que nos
lanza hacia un año nuevo, lleno de páginas en blanco como las del próximo
capítulo de una novela por escribir, me sirve para fabular con un cambio de
rumbo, un porvenir más amable o que, al menos, pueda concederme el privilegio
del olvido. Es una suerte de terapia, de higiene mental, poner una marca, un
límite a una mala racha, a una mala jugada de la vida, como escribe Manuel
Vilas en El hundimiento (Visor,
2015), ese generoso libro que me ha acompañado durante todo el año, que ha sido
mi clavo ardiendo, mi libro de salmos, como creo haber escrito ya por aquí
alguna vez: “Amo, celebro, y exalto todos los hundimientos/de todos los seres
humanos que pisaron este mundo./ Porque el fracaso no existió jamás,/porque no
es justo el fracaso y nadie merece fracasar,/absolutamente nadie.”
Ahora que cambian las cifras, que uno
apuesta su esperanza al impoluto 2017, sigo enganchado a Vilas, a su
hundimiento, claro, que leo y releo como quien escucha obsesivamente un disco o
una canción importante, una de esas que consigue templar el ánimo, elevarte del
suelo, poner la banda sonora a tus imprecisos sentimientos… y también, estos
días, a Lou Reed era español
(Malpaso, 2016), un libro de memoria y de imaginación, musical y literario,
lleno de energía, de gasolina literaria, el libro perfecto para acabar con un año
triste y hacerme la ilusión de un nuevo comienzo, de un futuro por escribir.
Fuera de mi cabeza, tampoco parece que el
dieciséis haya sido un gran año para el planeta, pero no es cuestión de ponerme
aquí a enumerar desgracias. Habrá que apostarlo todo al diecisiete. Mientras
tanto, lean felices… y a otra cosa.
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