Rebajas de enero
Después del bombardeo publicitario al que
hemos sido sometidos a propósito del Black Friday, habrá quien se sienta como
un imbécil si deja pasar esta oportunidad de fundir la tarjeta de crédito
atraído, no sabría decir si por las supuestas ofertas inigualables de unos y
otros, o por el fervor popular de salir a darlo todo como si no hubiese un
mañana (me refiero al de aquellas rebajas de enero más sosegadas y tan
nuestras, en las que hasta el mismísimo Joaquín Sabina buscaba sus ofertas
huyendo del frío, si lo recuerdan). Además, como es habitual en nuestro país,
no es lo mismo un Black Friday que un Viernes Negro, y no lo digo por el
aparente despropósito que en castellano supondría denominar así un día (ahora
ya casi una semana) de compras festivas y compulsivas (salvo desde un punto de
vista la mar de sarcástico, claro), sino porque en el ya desbocado aldeanismo
patrio que venimos padeciendo desde hace demasiado tiempo, el inglés tiene otro
lustre, y si la cosa viene de Estados Unidos, ese gran país que Trump está
dispuesto a hacer todavía más y más grande… pues mejor que mejor. Después de
varios años celebrando Halloween por todo lo alto, trasnochando para poder ver
la retrasmisión en directo de la Super Bowl y, en Navidad, comprobando como
Santa Claus recorta distancias (y multiplica el disparatado gasto familiar en
esas fechas) con los Reyes Magos (¡Y no, la culpa no la tiene Manuela
Carmena!), no me extrañaría que, en breve, empezásemos a celebrar el Día de
Acción de Gracias sentándonos todos a la mesa para comer pavo relleno y
chapurrear el inglés macarrónico que aprendimos en el colegio.
Pero no vayan a pensar que esto es una
pataleta antiamericana, una proclama antiimperialista, o una castiza defensa
del idioma propio, nada más lejos. Hay muchísimas cosas que me encantan de los
Estados Unidos y que no dudaría en asimilar a nuestras costumbres peninsulares,
sin embargo, parece que hasta aquí solo nos llegue la basura que toda gran maquinaria
acaba excretando por algún lado. Nosotros la recogemos, la reciclamos
mínimamente, le ponemos un lacito y nos la comemos con patatas. Al fin y al
cabo, todo se compra y se vende, todo es mercancía, nosotros mismos. Hace
tiempo que dejamos de ser una sociedad para convertirnos en un mercado. No
obstante, y aunque solo sea por el gusto de resistirme un poco, yo me espero a
las rebajas de enero, como en la canción.
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