Elogio, otoñal, de Ángel González
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El poeta Ángel González (1925-2008) |
Uno
regresa a la poesía de Ángel González como a esa vieja casa donde creció o pasó
alguno de aquellos memorables veranos infantiles, como el que necesita escuchar
una voz confortadora al otro lado del teléfono, tomarse una copa con ese amigo
que es el abrigo de todos los inviernos. Uno vuelve sobre las palabras lentas,
altas y claras de Ángel González como quien abre un álbum de fotos amarillas
como el otoño y alarga el domingo hasta el próximo viernes. Porque con el poeta
es frecuente que los días cambien según nuestro estado anímico, “Ayer fue
miércoles toda la mañana./Por la tarde cambió:/se puso casi lunes, la tristeza
invadió los corazones/y hubo un claro/movimiento de pánico hacia
los/tranvías/que llevan los bañistas hasta el río.”
Uno
regresa a Ángel González en este otoño de novedades editoriales porque hay
palabras que nunca dejan de acompañarte, a las que crees volver sobre el papel,
pero que, en realidad, ya están en ti. Son ellas las que regresan a tus
pensamientos, a tu voz, quizá quebrada tras un largo silencio de días
solitarios, para soltarle al salón pequeño y frío: ¡“Esperanza,/araña negra del
atardecer.”! Y es que versos sueltos de Ángel González sobrevuelan mi cabeza a
todas horas como gaviotas. Sí… “Son las gaviotas, amor./Las lentas, altas
gaviotas”.
En esta
época del año que tanto me ha gustado siempre, que, cuando llega el frío, huele
como en los cuentos de John Cheever y donde la luz de whisky de algunos
atardeceres me insufla de un imaginario espíritu micológico, leo a Ángel
González maravillado por su pervivencia en mí, por el eco indudable de su Palabra sobre Palabra en mi forma de
mirar y enfrentarme (o esconderme, a menudo) a este Áspero mundo.
A veces
uno regresa a esos libros que lo fueron todo buscando entre sus páginas el
refugio de la nostalgia, “bálsamo falaz”. Otras, son las palabras las que se
nos aparecen como bondadosos espíritus de otros tiempos: “En ocasiones,/el
corazón se siente abrumado por la melancolía,/y al pensamiento llegan/viejas
palabras leídas en libros olvidados:/felicidad, misterio, alma, infinito.”
Releo a
Ángel González y se adivinan ya los días más cortos y el frío, el olor a humo
de leña, o “Alamedas desnudas,/mi amor se vino al suelo./Verdes vuelos,
velados/por el leve amarillo/de la melancolía,/grandes hojas de luz,/días
caídos/de un otoño abatido por el viento.”
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