Pólvora intempestiva
La librería más antigua de A Coruña, Molist, fundada en los años
cuarenta, cerrará el próximo 31 de agosto. “La gente no lee”, se lamenta la
librera.
Leo en una viñeta de Forges: «Mientras desaparecen de la
enseñanza obligatoria la filosofía, el dibujo y la música… España propone que
las tapas sean Patrimonio de la Humanidad. El ministro de Educación y Cultura
traslada la petición a la directora general de la Unesco: “son algo universal”.
Excelsa política cultural —apunta uno de sus personajes tras leer esta
(verídica) noticia en un periódico».
No es un chiste, no tiene ninguna gracia. Quienes tienen a todas
horas en la boca la palabra populismo como un espeso gargajo listo para
lanzarle a cualquiera que reclame, por ejemplo, políticas de mayor justicia
social, no tiene reparos en tragarse la flema a la hora de colmar de
irrelevancia la palabra cultura. Para ellos, flemáticos, la cultura es un
asunto menor, una cosa entre deportiva y folclórica, cuyos exponentes más
significativos han sido siempre el fútbol, los toros y Norma Duval. También las
tapas, claro, que ahora la gastronomía vende mucho. Todo lo demás, aquello que
escapa de su, digamos, “populismo cultural”, les parece una amenaza. Y seguramente
lo sea, porque eso debe de ser la cultura, una amenaza permanente a la molicie
y al adoctrinamiento intelectual, un acicate contra el poder establecido,
contra la placidez del amontonamiento. Desde el gobierno se ha desprestigiado a
nuestros cineastas y se persigue con saña fiscal (y torticera) a nuestros
escritores jubilados. Ay, los libros… Pero qué pueden hacer desde el gobierno
si la gente prefiere las tapas a la lectura, si ya nadie estudia Filosofía
porque eso no da dinero, ¿y la música, el arte? Caprichos para quienes puedan
permitírselo. Los demás, venga, centraditos en convertirse en autómatas
productivos…
Pero no todo es oscuridad. En las barricadas resisten
iniciativas como La conspiración de la pólvora, una alianza de librerías
(Letras corsarias, en Salamanca; La Puerta de Tannhauser, en Plasencia; e
Intempestivos, en Segovia) a la que acaban de concederle el Premio Nacional de
Fomento de la Lectura. El premio, según he podido leer, carece de dotación
económica (el dinero para tapas), pero espero que, al menos, les sirva de apoyo
moral en estos tiempos en los que no dejan de cerrar librerías y nuestra
política cultural es tantas veces un escupitajo al cielo. ¡Enhorabuena!
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