La corrupción, el fútbol y las banderas
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Juan Rosell (Foto: EFE) |
Avanza el siglo XXI uniformándonos a todos a golpe de teléfono
móvil y precariedad laboral. Esto que llamamos España y que todos creemos el
colmo del multiculturalismo y la diversidad, nación de naciones, como suele
decirse, es, en realidad, una sola, y cierto que grande, descomunal, trama de
corrupción cuyas raíces parecen perfectamente arraigadas a nuestra tan
cacareada identidad de pueblo mítico, singular y diferencial (cualquiera que
sea el pueblo de usted, o el mío). La corrupción forma ya parte de nuestro
folclore (habría que dedicarle un baile regional). Qué poco se diferencia la
corrupción en Cataluña y en Madrid, en Valencia o en Galicia. ¡La corrupción
nos une y nos iguala!
Avanzamos, pues, juntos, en este siglo de ciencia ficción, hacia
una igualdad corrupta e identitaria, poniendo distancia de por medio con siglos
pasados, añejos, a todas luces superados por nuestra modernidad digital, como,
por ejemplo, el XIX, ese siglo en que, según el presidente de la CEOE, Juan
Rosell, el trabajo era fijo y seguro (y es que todo ese incordio de los
derechos del trabajador, la dignidad del trabajo, la igualdad de oportunidades…
son conceptos tan superados para el señor Rosell, que le parecen así de
antiguos, del XIX… una cosa ya muy desfasada), algo de lo que, según este
lúcido empresario, ya nos podemos ir olvidando, si es que todavía quedaba
alguien que se acordase.
¡Y es que estamos en pleno siglo XXI! Aquí, todo lo conseguido
en el pasado no cuenta. Esto es el futuro, tierra de oportunidades para gente
lista, como Rosell, o quizá como su antecesor en el cargo, Gerardo Díaz Ferrán,
quien tenía un discurso muy parecido, al menos hasta que acabó en la cárcel por
eso que llaman “apropiación indebida”, vamos, por mangante.
Lo que, en realidad, no parece haber cambiado mucho de siglos
anteriores es nuestro gusto por las banderas. Arrastramos esa tara de
visceralidad por los trapos de colores qué se yo desde cuándo (tal vez Rosell
lo sepa). El fútbol, otro ejemplo de emociones incontroladas que no acabamos de
superar, se convirtió hace unos días en el escenario de una agitada (podría
haber dicho estúpida) guerra de banderas y sentimientos nacionales. La
ocurrencia de la Delegación del Gobierno en Madrid de prohibir las esteladas en
la final de copa del rey nos acerca, ahora sí, al XIX más de lo que el propio
Rosell estaría dispuesto a admitir. Qué pena damos, tan diferentes todos, y tan
iguales.
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