París-Austerlitz
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Rafael Chirbes |
Qué dura y qué hermosa la última novela de Rafael
Chirbes, París-Austerlitz (Anagrama,
2016). Un libro que empezó a escribir en 1996 y entregó a la editorial pocos
meses antes de su muerte, el 15 de agosto de 2015. Una prosa desnuda,
descarnada, una historia de amor sin la menor concesión a la (auto)complacencia
sentimental. Excelente el estilo sobrio, característico de toda su obra, pero
que aquí nos deja el sabor, casi nostálgico, de aquel meticuloso ejercicio de
contención de sus primeras novelas, Mimoun,
En la lucha final, La buena letra, Los disparos del cazador... Leerla, además, sabiendo que es su
última novela, que no habrá más, convierte sus palabras en una suerte de
emocionante despedida.
Chirbes es uno de mis escritores favoritos, sus
novelas forman parte de mi propia historia vital. Su manera de escribir y de
entender la literatura ha sido una guía para mí. Es una de esas figuras, tan
importantes, de las que uno se apropia en su aprendizaje. La luz de sus libros,
esa que alumbra en los pliegues, detrás o debajo, más allá de las apariencias y
de los brillos satinados de lo convencional, moldeó en cierto modo, o al menos
eso me gusta pensar, mis gustos literarios y, por qué no, mi forma de mirar la
realidad. Para mí Chirbes forma parte de un grupo muy especial de escritores
españoles, junto a Martín Gaite, Muñoz Molina, Llamazares, Millás, Atxaga… con
los que llené mi cabeza de literatura en la universidad y que constituyen el
círculo más íntimo y familiar de mis afectos literarios. Crecí con sus novelas,
me han acompañado siempre y a pesar de todo lo leído después, tantos otros
escritores que han dejado también su huella en mí, otras novelas que me han
fascinado y subyugado con idéntica o incluso mayor intensidad que las suyas, mi
fidelidad hacia ellos ha seguido intacta.
París-Austerlitz carga
sobre sus páginas con casi veinte años de escritura, y por lo tanto de dudas,
miedos, tanteos y aproximaciones. Todo ello está ahí y es hermoso advertirlo.
Un Chirbes más al desnudo que nunca, rebosante de ese pesimismo lúcido, de esa
mirada que busca en las sombras, en las dobleces, de esa voz suya:
“Volver atrás, a la estación de partida. Que el
movimiento de las agujas situadas a la salida del andén cambie la dirección del
convoy y el tren recorra otros lugares, alcance otro final de trayecto. Los
ojos se me llenan de lágrimas al pensar en esas palabras: final de trayecto”.
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