El bar de la vida
Hasta hace bien poco, de J.R. Moehringer no sabía
absolutamente nada. Sencillamente, un día leí una crítica entusiasta de Kiko
Amat sobre su último libro, El bar de las
grandes esperanzas (Duomo ediciones, 2015), y despertó mi interés. Ya con
la novela entre las manos, tuve un momento de indecisión al ver la turbadora
fotografía del autor a todo color en la contrasolapa (cosas de un lector algo
neurótico, un olfateador de páginas entintadas, ya saben…, ahíto de
prevenciones estéticas e ideas preconcebidas), pero las palabras elogiosas que
el grandísimo James Salter le dedicaba en la contraportada, me devolvieron la
fe en el artículo de Kiko Amat y presagiaban una lectura apasionante: “Un libro
maravilloso. Ojalá el whisky diera tanto placer como leer estas páginas”. No
hay mejor publicidad para un libro que el reconocimiento y los piropos de algún
escritor al que admiramos. La edición de Duomo, todo hay que decirlo, también
resulta atractiva, un volumen a la vez compacto y flexible muy agradable para
la lectura (seguimos con las neurosis…), del que, quizá, otras editoriales
deberían tomar nota, porque los ejemplares de algunas bien conocidas, y en
donde publican autores fabulosos (algunos de mis favoritos), son ciertamente
artefactos incómodos, frustrantes y de bajísima calidad.
Pues bien, después de leer El bar de las grandes esperanzas, uno se queda con la sensación de
conocer a Moehringer mejor que a su propio padre. Aunque lo más fascinante de
la novela es descubrir cómo a través de esta bellísima autobiografía del
escritor, podemos revisitar momentos de nuestra propia vida teñidos de la
hermosa luz literaria que el autor derrama sobre la suya. Es su forma de
contar, de mirar, su acierto a la hora de expresar inquietudes personales que
son universales, la aparente sencillez de su prosa, de una cotidianidad que, no
obstante, representa sin ambages la verdadera complejidad de las circunstancias
y los sentimientos con los que hemos tenido que lidiar desde nuestra infancia
hasta esta, quizá más confusa y desorientada, vida adulta en la que
provisionalmente estamos instalados (unos más o mejor que otros…).
No me gusta destripar las novelas, así que no les
hablaré del Dickens, ese bar que luego pasó a llamarse Publicans y en el que
transcurre buena parte de esta historia. Entren ustedes, siéntense a la barra,
pidan su bebida preferida, y disfruten.
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