Elogio (literario) del otoño
El otoño es una estación fantástica para la lectura
(todas lo son, en realidad, pero, al fin y al cabo, otoño es lo que nos toca
ahora). No solo refresca lo justo, sin alardes, para que uno se sienta todavía
más a gusto al colorcito del sillón orejero, e incluso abuse del placer de
echarse una mantita de lana por encima mientras acomoda un libro sobre el
regazo, sino que, además, igual que ocurre con las setas, es, por excelencia,
la temporada de las novedades literarias, eso que en Francia (y, de un tiempo a
esta parte, también aquí) llaman la rentrée
y que, más allí que aquí, eso sí, causa gran expectación y regocijo popular en
torno al mundo de los libros. Y es que, sin duda, el otoño es una gran estación
para las librerías. Lo cierto es que a mí me encanta el otoño. En otoño siempre
me acuerdo de John Cheever (en realidad siempre tengo a Cheever muy presente,
pero…), casi puedo oler el humo de leña que emana de sus relatos, y siento el
impulso irrefrenable de salir a pasear por el bosque con mis perros y recoger
unos cuantos boletus. Y al regresar, encender la chimenea y servirme un
generoso vaso de whisky escocés que paladearé mientras releo las otoñales
historias de Fall River (Tropo
editores), por ejemplo, o el poderoso torbellino de reflexiones que, igual que
esas hojas caídas y amarillas, se arremolinan sobre la honesta prosa de sus Diarios (Emecé)… a pesar de que nunca he
tenido perros ni sé distinguir una seta de un champiñón, por así decir; y que,
como ya se habrán imaginando, la chimenea de mi salón es una ausencia, injusta,
pero manifiesta.
Qué le vamos a hacer, lo reconozco, vivo en un
otoño idealizado por mis lecturas. Un otoño mental que poco tiene que ver con
la grisura inmutable del asfalto que decora mi rutina diaria. ¡Ah, pero los
libros sí que están ahí! Títulos nuevos que pueblan los expositores y las mesas
de las otoñales librerías, paradójicas hojas nuevas, fragantes y entintadas,
con su promesa de tarde fría y paseo y perros y sillón y chimenea y whisky
escocés. Por ejemplo, las setecientas páginas (hojas) de Pureza, la nueva novela de Jonathan Franzen (recién llegada con la
estación), todavía intactas, esperando a caer en mis manos… a eso me refiero. O
en palabras de Ángel González: “tal vez fuera mejor decir: humo en la tarde,
borrosa música que llueve del otoño, niebla que cae despacio sobre un valle”.
Maravilloso. Y ahora, además, te demuestras como un gran fotógrafo. ¡Enhorabuena!
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