"El periodista despedido" en la Feria del libro de A Coruña 2015

Javier Peteiro, Pablo Vaamonde, Fernando Ontañón y Federico Cocho (Foto: Fran Queiruga; La Opinión A Coruña)

Ayer, en la Feria del Libro de A Coruña, charlamos sobre "El periodista despedido" con Javier Peteiro, Pablo Vaamonde y Federico Cocho.

Algunas reflexiones giraron en torno al siguiente fragmento de la novela ("El periodista despedido"; pag. 73-74)

"... Franz Ferdinand electrizó la penumbra fría y húmeda del interior del coche, el paisaje nocturno vislumbrado a través de sucesivos retazos ocres. La música produce a veces ese efecto en los estados de ánimo. Todo es posible, o más llevadero, especial, más auténtico o profundo, más sencillo, menos trágico o absolutamente dramático cuando ciertas melodías consiguen marcar el ritmo de nuestros pensamientos y, de alguna manera, transformarlos en puras emociones: voluntad, amor, deseo, esperanza, generosidad... En este momento, una mezcla de todas ellas conseguía atenuar la desazón que me había producido la reunión en La Nacional, la turbiedad de Fontana, la astucia chabacana del tío de Gianni. Al fin y al cabo, pensaba, pocos son los afortunados que consiguen ganarse la vida trabajando en lo que realmente les gusta, ni siquiera en algo lejanamente relacionado con sus estudios universitarios. No tenía por qué disfrutar con lo que hacía, solo era trabajo y, desde luego, nada definitivo. La gente se pasa ocho y diez horas diarias encerrada en cubículos sin ventanas, en despachos ubicados en bajos comerciales o en destempladas naves de polígonos industriales, trabaja por turnos en cadenas de montaje y tiene que pedir permiso para ir al lavabo, se levanta antes del alba y debe viajar a bordo de pálidos autobuses que circunvalan las madrugadas laborables en una procesión como de Santa Compaña asalariada. La gente (esa confusa masa humana y estadística, y, sin embargo, una sola persona cada vez y al mismo tiempo) aterida y somnolienta, la gente que anoche durmió sola, que quizá se peleó con su marido, con su mujer, que se acostó tarde después de largas horas muertas frente al televisor, la gente que carga, almacena y clasifica, que telefonea una y otra vez y otra más, que lava, plancha y friega para otros, la gente que tiene una hora para comer, que regresa a casa cuando ya ha oscurecido y todavía ha de recoger a los niños y hacer la compra y preparar los baños y las cenas y levantarse al día siguiente agradecida de poder ganarse la vida perdiéndola en talleres sin ventilación, en sórdidas oficinas iluminadas con tubos fluorescentes, jornada tras jornada sin apenas vislumbrar eso que llaman luz natural, la luz del sol, sin respirar el aire contaminado de la ciudad, que a veces destila reminiscencias de brisas de verano, de tardes antiguas que huelen a tormenta y a asfalto caliente y saben un poco como la sangre de la rodilla".

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