Algo va mal
Algo va
mal
(Taurus 2011), del escritor británico Tony Judt, es un ensayo sobre estos
tiempos de crisis en el que, sin negar la evidencia del colapso financiero que
tan graves consecuencias ha tenido para las economías nacionales y familiares
de medio mundo, el autor hace hincapié en otras causas (sociales, morales y
políticas) que, bajo su punto de vista, precipitaron este, evitable, desenlace
del que todavía hoy nos vemos incapaces de escapar, enredándonos una y otra vez
en los mismos errores que lo provocaron.
Como
historiador Judt sabe mirar hacia atrás con perspicacia y sabiduría, lo que le
permite analizar el presente con una perspectiva más amplia y rica, señalando
ciertas evidencias que, en esta época de sobreinformación, paradójicamente
ignoramos o hemos olvidado, quién sabe si de forma deliberada en el caso de
ciertos políticos y grupos económicos. El libro busca arrojar luz y, por lo
tanto, su prosa posee la claridad y sencillez de quien sabe lo que quiere decir
y cómo hacerlo. Judt escribe con inteligencia y es profundo sin amaneramientos
de erudito. El origen del ensayo es “defender la necesidad de disentir de
nuestra forma de pensar guiada por la economía, la urgencia de una vuelta a la
conversación pública imbuida de ética”. A partir de ahí, el autor nos muestra
cómo desde la década de los años setenta del pasado siglo hasta nuestros días,
la orientación política de los países avanzados ha dado al traste con los
grandes avances sociales y políticos conseguidos en la primera mitad del siglo
XX (tributación progresiva, servicios sociales, regulación financiera…). Se
trataba de equilibrar la diferencia entre ricos y pobres, algo que en los
últimos años se ha descompensado de un modo delirante. Según Judt, “todavía en
la década de l970 la idea de que el sentido de la vida era enriquecerse y que
los gobiernos debían facilitarlo habría sido ridiculizada incluso por los
defensores más firmes del capitalismo”. Judt nos muestra también cómo en los
años de Thatcher, el gobierno británico empezó a desprenderse de sus
obligaciones morales y sociales privatizando servicios como la Sanidad (con
modelos mixtos como los que llevan años vendiéndonos desde el gobierno), y el
resultado arrojó grandes pérdidas económicas para el Estado, deterioro del
servicio y, eso sí, pingües beneficios “para un puñado de empresarios y
accionistas”.
Sin
embargo, y a pesar del consabido fracaso del modelo privatizador británico y
del terrible ejemplo que supone el lucrativo negocio de la sanidad en EE.UU.,
donde la salud y la vida dependen exclusivamente del poder adquisitivo de cada
ciudadano; del más cercano de la Comunidad Valenciana, donde el gobierno del PP
lleva años privatizando parcelas de gestión sanitaria con desastrosos
resultados para las arcas y la salud públicas, (“La gestión privada ha sido una
sangría para la sanidad valenciana”, Carmen Montón, nueva consejera de Sanidad)…
Sin tener en cuenta nada de todo esto, decía, desde los gobiernos del PP se
sigue insistiendo en desmantelar el sistema. La consejera de Sanidad de la
Xunta de Galicia, Rocío Mosquera, volvió hace unos días a defender su postura
privatizadora aduciendo que el sistema actual es “insostenible si no tomamos
medidas”. Es el discurso de siempre, desprestigiar, atemorizar, argumentar en
contra de la opinión de los propios profesionales y expertos de la salud
pública con tal de justificar su intervención y abrir las fronteras de un
territorio económico casi virgen en nuestro país, por el que ya babean como
hienas las grandes multinacionales del sector.
Por
si esto fuera poco, una noticia publicada en el diario digital Nueva Tribuna, http://www.nuevatribuna.es/articulo/sanidad/conflictos-intereses-gobierno-sombra-pedro-sanchez/20150718102239118162.html,
nos alerta de la imparable expansión de los tentáculos de los grupos de presión
de la industria sanitaria, que alcanzan también al entorno de Pedro Sánchez,
candidato del PSOE a la presidencia, quien, al parecer, cuenta entre sus
asesores más próximos con personas vinculadas a empresas o instituciones
abiertamente favorables a la progresiva privatización del Sistema Nacional de
Salud. Si a todo esto le añadimos la amenaza en el horizonte del ultrasecreto
TIPP (Tratado de libre comercio entre la Unión Europea y Estados Unidos), en el
que las (hienas) multinacionales parecen tener voz y voto, lo cierto es que las
cosas pintan mal para nuestra Sanidad Pública.
Ojalá que
los ciudadanos, en las urnas, podamos tener, de verdad, la última palabra.
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