La conciencia dormida
Publicado en el diario digital Nueva Tribuna
Al
volver a leer La voz dormida, de
Dulce Chacón, me ha sorprendido advertir cómo la fuerza de la narración se
eleva sobre los rescoldos del argumento que uno creía guardar de la primera
lectura. Seguramente, saber que detrás de la novela hubo un trabajo de documentación
directa, que la autora recorrió el país recogiendo el testimonio de decenas de
mujeres que fueron víctimas de la brutal represión franquista sobre los
vencidos y, en general, sobre cualquiera que evidenciase la menor desafección
al régimen; saber, por lo tanto, que todo lo que se cuenta es parte no sólo de
la historia (datos fríos, lejanos, como de lección escolar) de nuestro país,
sino de la experiencia vital de esas personas “de carne y hueso”, como suele
decirse, a las que Chacón entrevistó y que, en muchos casos, se atrevían a
hablar de ello por primera vez, confiere a la obra un aura épica; al lector, la
sensación de estar leyendo una bellísima y triste epopeya de nuestro reciente
y, todavía hoy, tantas veces, callado pasado.
La voz
dormida
es mucho más que un referente literario, es un libro importante; un bellísimo
ejercicio narrativo y un ejercicio de memoria, el grito de quienes durante
tantos años no tuvieron voz, el de los perseguidos, los humillados, los
muertos. Un libro que tiene algo de La
buena letra, de Rafael Chirbes; de Luna
de lobos, de Julio Llamazares… una novela que se lee casi sin aliento, que
desgarra como un verso bien afilado.
Las
protagonistas son mujeres represaliadas al término de la guerra civil;
hacinadas, humilladas y asesinadas en las cárceles franquistas. Las
protagonistas son ellas, pero también sus hijos, sus maridos, sus padres, sus
hermanos… familias enteras perseguidas y destrozadas por la barbarie
institucional de la dictadura.
Publicada
en 2002, La voz dormida sigue siendo
a día de hoy una lectura imprescindible, necesaria. El tiempo nos devora, los
protagonistas de aquella época, anónimos supervivientes de esa gran
persecución, desaparecen, sus voces se duermen nuevamente. Mientras tanto,
continuamos ignorándolos, negándonos a reparar, de una vez por todas, aquella
injusticia. Nuestra dignidad como ciudadanos democráticos continúa enterrada en
caminos y cunetas. Nuestra indolencia salta a la vista de los vergonzosos
nombres de muchas de nuestras calles, de una derecha política empeñada en
perpetuar el legado franquista, que parece tomarse como algo personal las
denuncias contra los torturadores de la Brigada Político-Social, las peticiones
de gestos parlamentarios de rechazo a la dictadura, las investigaciones
judiciales sobre el franquismo, la lucha de los descendientes de los
desaparecidos para que se les proporcione una suerte de justicia moral… en
definitiva, el reconocimiento a las víctimas de un régimen sicópata que
persiguió, encarceló, torturó y eliminó a miles de personas.
Y
es que con casi cuarenta años de democracia a nuestras espaldas, la capital del
país continúa a la sombra de esa monstruosa cruz que domina El Valle de los
Caídos, y nuestra conciencia, dormida.
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