El gran éxito de este gobierno
Si
algo ha conseguido el Partido Popular en estos años, tan largos, al frente del
gobierno, y eso hay que reconocérselo, es movilizar a la ciudadanía en contra
de casi todas sus decisiones; y, gracias su torpe, intransigente, y yo diría
que cruel, gestión de la crisis económica, así como a la erupción final de todo
ese magma de corrupción que se cocía en sus entrañas desde las primeras
fumarolas de la Gürtel, propiciar el principio del fin del bipartidismo, además
de conseguir poner de acuerdo a toda la oposición en una suerte de conjura para
derogar, en el futuro próximo de una nueva composición del Congreso, cada una
de las contrarreformas impuestas por su vigente mayoría absoluta.
Para
quienes creyeron ver en aquel movimiento llamado 15-M la escenificación de un
berrinche juvenil y burgués (habría que tirar de hemeroteca, porque se dijo de
todo), la irrupción de Podemos y de las diferentes mareas ciudadanas que han
ido consolidándose por toda nuestra geografía es el ejemplo evidente de su
estrechez de miras.
Los
progresistas, políticos e intelectuales, del viejo bipartidismo entendieron
aquel primer síntoma de hartazgo y descontento ciudadano como un pecado de
juventud. Los miraban con cierta simpatía (les recordaban, seguramente,
aquellos tiempos suyos de juvenil militancia contra la agonizante dictadura),
pero desde una prudencial distancia. Comprendían el enfado, incluso lo
suscribían, y eran vagamente condescendientes con sus formas de rebeldía
pacífica y ese espíritu combativo y social que muchos creían ya extinto en
nuestro país (una vez superados los años ochenta y tras veinte años de
prosperidad, pelotazos, burbujas y corrupción galopante sin que apenas nadie
hubiese levantado la voz, al menos con el ímpetu necesario). No obstante, la
opinión generalizada era que había que protestar menos y trabajar más; quejarse
es fácil, venían a decir, pero ¿qué hacéis vosotros por solucionar el problema?
Incluso algún joven y televisivo “emprendedor” del momento llegó a decir que
había que pedir menos y aportar más, poniéndose a sí mismo como ejemplo de juventud
responsable a imitar…
Por
otro lado, los conservadores, políticos e intelectuales, del viejo bipartidismo
ni siquiera les dieron tregua, enseguida tacharon al movimiento de violento y
antisistema y, en cuanto llegaron al poder con el siguiente cambio de tercio
electoral, pusieron todo su empeño en impedir que los llamados indignados, o
cualquier otro colectivo, volviesen a tomar las calles y a incordiarles con sus
ingenuas aspiraciones de honradez y transparencia, con esa cantinela de hacer
política de una forma diferente (sirviendo a la ciudadanía, en lugar de
servirse de ella), más plural, con una conciencia clara de servicio público, de
justicia social…
Pues
bien, pasado el tiempo, nos encontramos un panorama político bien distinto del
que teníamos cuando el Partido Popular llegó al poder. El bipartidismo toca a
su fin. Dicen los analistas, en lo que muchas veces podría interpretarse como
cierto descrédito, que fenómenos como el de Podemos, y también el de
Ciudadanos, se explican por el desencanto de la ciudadanía, desgastada por la
corrupción y las políticas de austeridad tomadas a raíz de la crisis. Pero la
explicación es lo de menos. Lo importante es que se han abierto las ventanas y
tenemos la oportunidad de renovar el aire, acabar con todo ese olor a cerrado
del bipartidismo. La eclosión de las diferentes mareas y Podemos (herencia de
aquel 15-M), de Ciudadanos (¿al fin otra derecha es posible en nuestro país?),
la vuelta de tuerca de Izquierda Unida… es lo único bueno que ha brotado en el
erial de esta última legislatura. Ojalá esas ventanas permanezcan abiertas
mucho tiempo.
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