Religión, turismo y nacionalcatolicismo
Me
da la impresión de que cada año que pasa, la semana santa, contrariamente a la
lógica aconfesional de nuestro Estado democrático, está más institucionalizada.
Los ayuntamientos contratan campañas publicitarias y empapelan las ciudades con
carteles que prometen unas fiestas colmadas de capuchones, cristos
ensangrentados y vírgenes doloridas y angustiadas bajo lemas del tipo “Siente
la semana santa”, y esa mercadotécnica coletilla que las declara por doquier
“De Interés Turístico Nacional”. Es muy posible que la razón de este renovado
interés institucional por la semana santa sea menos cristiana que económica,
pero, en ese caso, me parece que el error es doble y la realidad del país más
triste de lo que uno quisiera imaginar. Como si no hubiésemos tenido suficiente
con el desastre que supuso volcar toda nuestra economía y sus ansias de
crecimiento única y exclusivamente en el ladrillo, ahora parece que, mientras
algunos esperan con impaciencia la resurrección de aquella burbuja, estamos decididos
a aferrarnos con uñas y dientes al turismo como el medio más rápido para
maquillar estadísticas y cifras de paro y tratar de escapar, de la forma más
provisional y azarosa, del estigma de la crisis.
Lo
cierto es que invertir en educación y en cultura (y no me refiero al jolgorio
folclórico-festivo que nos venden con patriótico ahínco alcaldes y presidentes
de comunidades autónomas) no parece gustarle a nadie. Significaría apostar por
un proyecto de país a largo plazo y sería un proceso muy lento, poco rentable
para esos inversores voraces, para esos políticos cuya única razón de ser es
conservar el poder a cualquier precio, para esas grandes multinacionales que
tejen sus redes de esclavos asalariados aprovechándose, precisamente, de esa
falta de solidez estructural de muchos de los países donde desembarcan,
imponiendo sus propias leyes, sus condiciones a cambio del maná del trabajo, de
la promesa, digamos, de una miseria más civilizada.
Así
que, mientras esperamos la llegada del verano y de ese turismo de sol y toros y
guerras de tomates con el que calmar el hambre de tantas familias a costa de
camareros eventuales, estos días pasados, hemos ido calentando motores con el
pintoresquismo de nuestra semana santa. ¿En qué otro país de Europa puede un
turista disfrutar de toda esta pasión (al menos estética) por el
nacionalcatolicismo?
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