El escritor lee (o momentos de un intruso en la vida de ese escritor). Por Javier Ayala

Texto leído por Javier Ayala en la presentación de "El periodista despedido" en la librería Gil de Santander (25-4-2015)
Con Javier Ayala en la librería Gil, Santander
Estamos hoy aquí invitados a la presentación del libro “El periodista despedido”, de Fernando Ontañón, ganador del X Premio Novela Corta Dulce Chacón. Me han encargado a mí que introduzca al autor y su obra. En mi trabajo debo enfrentarme, con periódica frecuencia, a públicos exigentes, pero me encuentro esta tarde ante la empresa más difícil e importante que he tenido nunca. Importante porque él es Fernando, mi amigo; difícil porque yo, en este ambiente literario, soy un intruso. La historia de esta celada empezó con una sutil sugerencia por su parte, armada con calculada maestría, hecha a traición mientras disfrutábamos de la tranquilidad de Santa Colomba de Somoza y del paladar de un Venus “La Universal”; yo, por supuesto, no le hice ni caso. Craso error. Finalmente, aquí estoy, presentando su novela en esta hermosa Librería Gil, a la que agradezco de corazón la oportunidad que me ha ofrecido. Debería, antes que nada, hablar de la papelera del cartel que anuncia este evento y, sobre todo, de los papeles rotos, pero me han dicho que tengo un tiempo limitado, así que iré al meollo.
Pero permítanme que, como si de un Pedro Almodóvar se tratara, comience hablando de mí mismo. Me llamo Javier Ayala y soy cardiólogo pediátrico. Hice la residencia de Pediatría en el Hospital de Segovia y allí, por motivos de profesión y de año, conocí a Pilar, a la sazón pareja de Fernando, quien tras varios meses hablando de él, terminó por presentárnoslo, a Isolina, a la sazón mi pareja, y, naturalmente, a mí mismo. Desde este albor se estableció entre nosotros una complicidad, que pronto se transformó en amistad, basada en una determinada visión de la sociedad, en cierto grado de pereza y en el gusto por los pequeños y confesables placeres de la vida, y por la música, el cine de Adolfo Aristarain, la literatura. Con esta última disciplina tengo yo una relación diletante, pero por allí voy escribiendo cosas, así que comenzamos a intercambiar textos. Su paciencia para con lo que le mostraba fue un aliciente para mí, y mis argumentos y mi prosa, aun siendo corrientes, cambiaron desde que empecé a leerlo, desde que me embaucó aquel primer relato que cayó en mis ojos titulado “Adiós Lucía” que aparece en el edición de 2002 de “El Fungible”.
¿Dónde se esconde uno de los secretos de la Literatura, de su literatura?, me pregunté. Habrán oído ustedes en más de una ocasión que “el escritor escribe” o “el escritor corrige”. Yo pienso que, antes incluso de aprender a escribir, “el escritor lee”. Y Fernando Ontañón es un gran lector. Dice la RAE que “gran” es apócope de “grande”, que a su vez es un adjetivo que viene del latín grandis y cuyo significado es “Que supera en tamaño, importancia, dotes, intensidad, etc., a lo común y regular”. Nos encontramos, por lo tanto, ante un gran lector no solo porque lee mucho, sino porque sus lecturas son de calidad. Sus novelas, sus relatos, artículos y columnas, nos muestran este universo deleitoso, gracias al cual descubrimos a John Cheever, a Julio Llamazares, Jhumpa Lahiri, Antonio Muñoz Molina, Thomas Bernhard, a Carmen Martín Gaite, Rafael Chirbes, John Berger, Irène Némirovsky, a Antonio Tabucchi, Raymond Carver, Don DeLillo y tantos otros. Su librería rezuma buena literatura como un manantial su agua cristalina.
En la librería Gil, Santander
Dijo Ortega y Gasset esta sencilla genialidad: “Yo soy yo y mi circunstancia”. Una parte de la “circunstancia” de Fernando Ontañón se ha mostrado aquí, o esa, al menos, ha sido mi intención. El “yo”, como se verá, es su estilo. Pero hemos dejado a Ortega inacabado; concluye el filósofo: “Y si no la salvo a ella, no me salvo yo”. Ontañón se salva en sus lecturas y, en consecuencia, al escribir, arma un estilo literario fuera de lo corriente, peculiar e incisivo. Posee, además, una virtud esencial para ello, que a mí me cautiva pues está casi ausente en otras profesiones, como en la mía. Esta bondad es la humildad. Humildad para valorar el trabajo de sus compañeros (o de aficionados como yo); humildad para escoger su biblioteca; humildad para escribir con admiración sobre lo que otros escriben, conformando un entramado de letras y sentimientos que te atrapa desde el primer momento, como ocurre con su novela.
En “El periodista despedido”, Ontañón utiliza un estilo muy cuidado, directo y envolvente, mostrando los matices propios de cada personaje a la vez que la complejidad de las situaciones que están obligados a vivir. El comienzo es un guiño a la novela “El periodista deportivo”, de Richard Ford: “Me llamo Francisco Bueno y soy un periodista despedido. Uno de tantos”. Con una prosa honrada y elegante, en la que las frases se afinan y entrelazan como si de una gran sinfonía se tratase, el protagonista, Fran, nos muestra las decisivas experiencias que agitan su hasta ese momento vida apacible y las consecuencias inevitables para el pequeño mundo que lo rodea. De la noche a la mañana la vida de cualquiera puede dejar de ser lo que en apariencia era y Fran nos lo va a mostrar con toda su crudeza a lo largo de unas páginas cargadas de realismo y desasosiego, de tremenda actualidad, en un ambiente de crisis cuyo injusto efecto es también denunciado. Lo que consigue es que el lector quiera seguir leyendo, seguir participando de esta realidad que se antoja familiar, porque aquí no hay héroes, no hay prohombres que desentrañan las grandes cuestiones sociales o personales, que dan increíbles soluciones a problemas irresolubles; aquí hay miedos y contradicciones, hay amor, hay amistad, muerte y desilusión, pequeños triunfos y algún anhelo conquistado. Por eso el estilo de Ontañón, aun siendo culto, es cercano, porque describe la cotidianidad de la que todos participamos, el día a día que nos lastra o nos lanza.
Javier Ayala y Fernando Ontañón, librería Gil, Santander
Otro elemento destacable es el uso que se hace del flashback en la novela. Fran habla de su presente pero también de vivencias que le han marcado, de recuerdos que regresan para hacerle entender ese presente. El autor utiliza con maestría nexos entre las diferentes épocas y, más difícil aún, lo hace de tal modo que no se notan las junturas.
“El periodista despedido” es también una novela muy musical. Metafóricamente hablando, por la cadencia con la que se suceden sus frases. Literalmente porque Fran se apoya constantemente en la música para explicar sus sentimientos, incluso para cerrar círculos vitales; y porque otro protagonista del libro, que ya descubrirán, tiene a la música como eje de su propia vida.
El corolario de esta presentación es el siguiente: lean “El periodista despedido” y disfruten. Y un consejo, casi un mandato: cuando terminen el libro, indaguen sobre “El malogrado”. No se arrepentirán.

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