PALABRA POR PALABRA. Los expertos
Al
principio fueron “los mercados” y “los inversores”. Nuestra suerte estaba
echada. Nuestras vidas, de repente, ya no dependían de nosotros mismos. Acabábamos
de descubrir que todo lo que habíamos conseguido, creíamos, con nuestro
trabajo, pero también con el esfuerzo y el sacrificio de tanta gente que desde
los estertores de la dictadura había luchado por nuestros derechos para
construir una sociedad justa y libre, en realidad, no nos pertenecía. Se lo
debíamos a ellos, a esos entes de la economía financiera de los que hasta entonces
apenas habíamos oído hablar y que ahora eran los dueños de nuestras vidas. Resulta
que todo eran concesiones, caprichos que ya no nos podíamos permitir, que
estaban muy por encima de nuestras posibilidades: que todo el mundo ganase un
sueldo digno por su trabajo, un sistema educativo basado en la igualdad de
oportunidades, un sistema de salud público y universal, una justicia ciega, al
servicio de todos los ciudadanos… ¡pero qué nos habíamos creído! “Los
inversores” no estaban contentos, pedían sacrificios, y para satisfacerles, el
gobierno debía desbaratar todo lo logrado hasta el momento. Los derechos están
muy bien, nos dijeron, pero alguien tiene que pagarlos. Todo es mercancía, todo
se compra y se vende, la realidad como una dimensión más de la economía.
Ahora
que el deterioro de nuestras vidas es patente, que los derechos de los
trabajadores han sufrido un retroceso de décadas, que la justicia hay que
pagarla, que la sanidad pública, tras años de recortes y privatizaciones, se ha
precarizado y ha dejado de ser universal, que la Iglesia Católica vuelve a
hacerse fuerte en las escuelas públicas (a partir del próximo curso, los
alumnos de Primaria volverán a rezar en clase de Religión) y que, como acabamos
de saber, el sistema universitario español es insostenible… Ahora que todo
parece irse definitivamente a la mierda, digo, llega el turno de “los
expertos”.
La tarea
de estos “expertos” parece ser la de maquillar las zonas más feas y magulladas
de la realidad. Lo importante para ellos son las estadísticas, los números
globales, y de ahí, por ejemplo, que a algunos se les haya ocurrido (en
concreto a los del FMI) que la solución al paro juvenil sea la de bajar el
salario mínimo. ¡Pero cómo no lo habíamos pensado antes! Si la gente estuviera
dispuesta a trabajar gratis, no habría tanto paro, ¡y problema solucionado!
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