PALABRA POR PALABRA. Cañas y libros
Reconozco
que siempre he tenido una afición especial por los bares y las librerías. No
pongan esa cara, no es lo que parece… o sí, pero con ciertos matices nada
desdeñables. Quiero decir que me gusta beber y leer, claro, aunque no
necesariamente en ese orden, y no de cualquier manera o en cualquier
circunstancia, aunque no siempre puede uno ceñirse a todos sus deseos estéticos,
literarios y espirituosos. El caso es que para mí siempre ha sido importante tener
un bar y una librería, digamos de cabecera. Antes, en aquella adolescencia ya
borrosa, cómo no, también una tienda de discos (en mi ciudad, A Coruña, resiste
todavía la mítica Portobello). Son lugares especiales, que lo acogen a uno con
una familiaridad difícil de explicar, como si allí dentro el ritmo de la vida
se acompasase mágicamente al de una suerte de metrónomo interior y el tiempo
rebajase la crudeza de su fugacidad. Exagero, quizá, pero cuando uno encuentra
uno de estos lugares (cuando uno encuentra su lugar…) sabe que volverá una y
otra vez y que no todo se debe a que sepan servir una caña como es debido (en
dos tiempos, con su nube, su crema y su corona de espuma…), o a que no te miren
con extrañeza cuando preguntas por un libro de Cheever, Bernhard, del mismísimo
DeLillo… Hay mucho más, también cuenta la idiosincrasia del librero y del
camarero, por supuesto, pero no sé si en mayor o menor medida que el ambiente o
la singularidad del bar o la librería. Seguro que saben de lo que hablo. Como diría
Elvira Lindo, son esos lugares que no
quiero compartir con nadie, pero de los que uno siempre acaba hablando con
todo el mundo.
Durante los años que viví en Segovia, mi vida giraba en torno al
inclasificable bar El Ojo, un bar que no cabe en una columna, que era como una
novela, un lugar que ya no existe aunque siga abierto, con otros dueños, en su
rincón de piedra de la plaza de San Martín. Ahora, un bar-librería maravilloso
ha tomado, de otra forma, el testigo de aquel. Se llama Intempestivos, un oasis
de buen gusto y buena literatura a los pies del acueducto. Lo conocí en mi
último viaje a la ciudad, y enseguida supe que se trataba de uno de esos
lugares especiales (también un acto de rebeldía contra la decadencia del mundo
del libro y la cultura); buena compañía, libros muy escogidos… Y mientras
espero que en A Coruña surjan iniciativas parecidas… las cañas, en Casa Ponte.
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