PALABRA POR PALABRA. Cultura sin premio
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Jordi Savall |
Llegué
a la música clásica de la mano de Jordi Savall. Como casi todo en mi vida fue
éste un hallazgo casual, un encuentro de lo más inesperado. Yo entonces era un
estudiante que cultivaba ya las incertidumbres que fraguarían la posterior
inestabilidad de mi vida adulta. La música en aquella época de mi vida
constituía, sin embargo, una de las pocas certezas. La música siempre estaba ahí
para que uno pudiera agarrarse a su banda sonora durante las sucesivas
tormentas emocionales que lo asolaban con apenas veinte años. No obstante, mis
gustos musicales estaban muy condicionados por los ambientes en los que me
movía, por los gustos de mis amigos y por cierta pose (absolutamente
imaginaria) con la que supongo que pretendía interpretarme a mí mismo… ya saben
cómo es eso. Lo que quiero decir con esto es que en mi piso de estudiantes
sonaba a todo volumen el rock y el pop alternativo de bandas como Pixies, The
Stone Roses, The Jesus and Mary Chain… cuando, de la forma más inopinada, irrumpió
entre ellas un disco de Jordi Savall y su grupo Hespèrion XX (ahora renombrado
Hespèrion XXI), titulado Folias &
Canarios. El hermano de un compañero se lo había dejado o regalado, ya no
lo recuerdo. Lo que sí recuerdo fue la conmoción y la incredulidad que me
produjo escucharlo. El disco lo componen veinte piezas de música antigua
interpretadas con la viola de gamba del propio Savall, el arpa, el laúd, la
guitarra barroca… No me podía creer que esa música y esos instrumentos pudieran
transmitirme semejante energía (buen rollo, creo que decíamos nosotros), que
tuvieran la mágica capacidad de alimentar mis pensamientos con unos sonidos que
los enriquecían, que les proporcionaban un escenario nuevo en el que
reinterpretarse, un lugar absolutamente personal. A raíz de aquel
descubrimiento, mis renovados intereses musicales me fueron llevando, a salto
de mata, del Couperin de Savall al Bach y al Beethoven de Glenn Gould, y de
estos a Purcell, a Telemann, a Vivaldi… Mi devoción por Savall y mi
agradecimiento por aquel disco suyo que abrió mis oídos a nuevos horizontes
musicales han perdurado todos estos años. Me hizo mucha ilusión saber que le
habían concedido el Premio Nacional de Música 2014, y me entristeció comprender
su necesidad de rechazarlo: llamar la atención del pernicioso desinterés de
este gobierno por la cultura, la educación y el arte.
Tu historia con la música es casi la mía... Año 93, después de 5 ó 6 vinilos de mis padres, quise, aprovechando que estrenábamos una orquesta sinfónica en la ciudad, acudir a mi primer concierto de clásica. Me acuerdo. Fue Tchaikovsky, la sexta. Estaba en la penúltima fila, arriba y fue..., ¡espectacular!
ResponderEliminarYo que, con 16 años, era de los que compraban menos cintas para grabar que los demás, pero cuando lo hacía eran Maxell de cromo, aquella rica experiencia sonora me animó a escuchar, en la medida que me permitía mi presupuesto tanto conciertos (Milan, Viena, Budapest, Salzburgo, Amsterdam,...) como grabaciones, que siempre intento buscar en formatos SACD y XRCD y últimamente, de nuevo, en vinilo (qué razón tenías Marcote!). Así descubrí yo a Jordi Savall, con unas ediciones impecables en SACD y con unos libretos que valen más de lo que cuestan. Algunos todavía piensan que rechazó el premio por su militancia nacionalista. Pues vaya. Me da igual, ¿no?