PALABRA POR PALABRA. Pesadilla maestra


Emmanuel Carrère
Volver a tener ocho años. Viajar en el tiempo, un viaje mental. Recuperar a lo bestia ciertos sentimientos, cierta representación del mundo, una serie de conflictos vitales que en la infancia nos parecían insondables y alimentaban ese lado angustioso que posee la niñez; los miedos relacionados con el vasto desconocimiento que entonces teníamos del mundo y de la vida (ahora no deja de ser vasto, pero al menos manejamos una o dos dudas razonables…). La sensación es poderosa y llega con el asombro de una precisa evocación psicológica de la infancia por parte del narrador, un truco de magia portentoso que, lejos de resultar sentimental o lírico, provoca un desasosiego permanente en el lector. Así me he sentido entre las páginas de Una semana en la nieve, de Emmanuel Carrère, una novela de 1996, publicada originalmente por Circe, que Anagrama, con buen criterio, acaba de recuperar para los lectores españoles.
Se trata de una novela corta, pero su peso narrativo es el de un novelón ruso del XIX.
Al narrador le bastan unas pocas páginas para que una parte de nuestro cerebro conecte de forma visceral con los pensamientos y temores de Nicolas, el protagonista, un niño que hemos sido todos, que llevamos guardado en algún lugar de nuestro subconsciente, con todos sus/nuestros miedos, inseguridades, afectos, sueños y pesadillas. Un niño que pasa una semana de excursión con su colegio, y de la que ni él, ni ninguno de sus lectores regresará igual que a su partida.
Carrère es hoy en día uno de los escritores europeos más peculiares y reconocidos, debido, en gran medida a la original combinación de no ficción, crónica de sucesos y eso que se ha dado en llamar autoficción (el propio autor es uno de los personajes o el narrador de la novela) que nutre las páginas de sus últimas cuatro obras: El adversario, Una novela rusa, De vidas ajenas y Limónov, las cuatro absolutamente brillantes. Sin embargo, aquí, en Una semana en la nieve, anterior a estas, Carrère escribe lo que podríamos denominar una ficción tradicional, e, igualmente, el resultado es de una maestría asombrosa. Esto confirma esa idea de que un buen escritor puede escribir sobre cualquier cosa; que el tema, el argumento, es lo de menos; que su capacidad narrativa convierte en literatura todo lo que toca. Por ejemplo, la historia de un afeitado, El bigote, que no tardaremos en leer.

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