PALABRA POR PALABRA. Libertad


Juan José Millás
Después de haber leído La mujer loca, de Juan José Millás, uno no puede evitar prestar una atención especial a las palabras, mirarlas con otros ojos, por así decir. Y es que la lengua nos domina, sostiene Millás, nos hace creer que la tenemos bajo control, que nos servimos de ella para comunicarnos, pero, en realidad, somos nosotros sus sirvientes, nosotros el vehículo que las palabras utilizan para poder campar a sus anchas por el mundo. Lo bueno de leer a Millás es eso, que uno sale de sus libros mirándolo todo de otra forma, desde otra perspectiva.

(Foto: Reuters)


He pensado en La mujer loca, y en nuestra relación con las palabras, después de leer una noticia en el periódico acerca de las multitudinarias manifestaciones que se han producido en Cataluña en protesta contra la suspensión de la ley de consultas por parte del Tribunal Constitucional. A pesar de que en las noticias sobre esta cuestión siempre aparecen palabras de las que desconfío, así de entrada, palabras que no me gustan, que me dan miedo, unas veces, risa otras, palabras a las que se les ven sus malas intenciones o tienen, a las claras, un pasado terrible y sangriento (palabras y expresiones como patria, dios, bandera, hecho diferencial…), lo cierto es que tanto el texto que leía como los hechos que en él se narraban me parecían, en buena medida, lógicos y consecuentes con la situación que se está viviendo en Cataluña (gran parte de la población se ha movilizado para pedir un referéndum y creo que tiene todo el derecho del mundo a manifestarse, pedir lo que le parezca oportuno y expresar su malestar pacíficamente si no se le concede), hasta que la palabra libertad apareció así, como si nada, en mitad de uno de sus párrafos, es decir, en medio de una de aquellas manifestaciones. “Serem lliures" (Seremos libres), decían unas letras gigantes encabezando una de las protestas. Y es que da pena ver a esta enorme, mirífica palabra, Libertad, sucumbiendo a la frivolidad de tan inmerecidos portadores, vaciada de todo contenido, de su verdadera esencia, aquella por la que tantas personas han muerto (y siguen muriendo) a lo largo de la historia. He pensado en La mujer loca porque, tal y como ocurre en la novela, Libertad quizá necesite ahora una consulta urgente con un filólogo o con un psicoanalista. Y también nosotros, para, de una vez por todas, intentar hacernos dueños de nuestras palabras.

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