PALABRA POR PALABRA. La ciudad


(Foto: Carlos Pardellas. laopinioncoruña.es)
La ciudad regresa lenta del verano, desganada, quizá a causa de ese falso agosto en que se convirtieron los primeros días de septiembre. Este año, no sufre el tan temido y nombrado “síndrome postvacacional”, porque para disfrutar de unas vacaciones y extrañarlas después hay que tener trabajo, y en la ciudad escasea.
Tal vez por culpa de esa angustia que se instaló hace ya tiempo en la ciudad (el presente si no truncado, inestable, y el futuro doblemente incierto –por el hecho corriente de lo ignoto del porvenir y, ahora también, por el “democrático” robo de cualquier expectativa o esperanza— que la atenazan), el verano le ha parecido, en general, desapacible, cargado de lluvia. La ciudad en estos meses, en realidad desde hace algún tiempo, se ha descuidado un poco. Está sucia. En algunas calles se acumulan excrementos y meadas de perro, negruzcos chorretones salpican farolas y soportales, con suerte la orilla de las aceras; también frugales restos de restos de comida, basura de la basura, los últimos desperdicios ahora sí agotados, ya inservibles, de un proceso de reciclaje espontáneo que el hambre ha puesto a la orden del día: el de quienes se ven abocados a buscar su comida en el interior de los contenedores.
La ciudad se ha llenado de manos mendigas, de noches al raso, de cartones de vino cuando hay suerte. En agosto, bajo la falsa luz de los fuegos artificiales la ciudad ha fingido esa felicidad inveterada de las noches de verano, pero al cabo se ha sentido algo desubicada, porque a la vuelta del derroche de las fiestas, la realidad es como una monumental resaca.
Septiembre es hoy un dolor de cabeza, una lista de gastos, una cola del paro, una mierda enorme en mitad de la acera. Pero no sé, tal vez exagere, porque nuestros gobernantes están muy tranquilos. Sus amigos y patrocinadores, poco a poco, ya vuelven a ganar obscenas cantidades de dinero. Sólo nos piden un esfuerzo más, qué se yo, pagar por trabajar, por estar enfermo o por educar a nuestros hijos. Y por si acaso nos vemos tentados a poner la ciudad en otras manos, aprovechándonos de un sistema electoral demasiado permisivo con los pequeños partidos, pues se le cambia el sentido a las urnas, y listo. Es por nuestro bien, para que sigan gobernando los buenos, una mayoría uniforme, no una amalgama de múltiples minorías; la masa contra el individuo, el pucherazo contra la ciudad.

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