PALABRA POR PALABRA. Narrativa persecutoria


Resulta cómico leer y escuchar todo lo que desde la prensa y la política se despotrica estos días a propósito de Podemos y de Pablo Iglesias. Pero es triste, y no por tratarse de un fenómeno inesperado, sino por todo lo contrario. No obstante, duele un poco ver a un medio como El País arrastrarse por el fango de intereses que nada tienen que ver con el periodismo de un modo tan soez, tan falto de ética, estética e inteligencia. Su narrativa persecutoria contra Podemos es un insulto a su trayectoria y, sobre todo, a sus lectores, esas personas que, en los últimos tiempos, nos aferrábamos a sus páginas casi como último recurso de un quiosco donde (hablamos de papel y cabeceras de tirada nacional), junto con El jueves (ahora ya difunto, por desgracia monárquica), era lo más serio y riguroso que quedaba. No quiero decir con esto que el periodismo esté agonizante o muerto, nada de eso. Creo que internet le ha dado la oportunidad de reinventarse y es allí donde están surgiendo nuevos proyectos capaces de devolverle su espíritu originario, su prestigio, su valor de servicio al ciudadano; ventana de la realidad social, cultural y política de un país y herramienta imprescindible de control al poder, una especie de árbitro o espía imparcial cuya labor garantiza la buena salud de la democracia. Las dudas surgen a la hora de preguntarnos si la red será capaz de soportar el coste financiero de dichos proyectos a largo plazo. Por otro lado, uno es un romántico, además de tener cuarenta años, y, qué le vamos a hacer, sigue prefiriendo el papel.
Tras las elecciones europeas, la reacción de la derecha no se hizo esperar. Podemos era el infierno e Iglesias el mismísimo demonio. No extrañaba en absoluto el empleo de esa narrativa espuria, maniquea, infantil. Es el lenguaje del miedo y la intransigencia, de quien no tiene nada que decir, y, además, cree que los ciudadanos a quienes se dirige comparten sus mismas taras intelectuales. Por eso digo que es triste que un medio tan prestigioso como El País haya adoptado esta misma narrativa, combinada, además, con la exagerada campaña de “beatificación” del nuevo rey y el desprecio al debate del modelo de estado que ha podido sentirse estos días en las calles de nuestras ciudades.
Dice Gay Talese que “los periodistas hoy no son suficientemente radicales, escépticos o independientes”… y algo sabe de esto.

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