PALABRA POR PALABRA. Libros, libros libros


Foto: JOAN SÁNCHEZ
La llegada de la primavera y, en concreto, la proximidad del día del libro, multiplican las novedades editoriales que estos días polinizan las librerías con cierta lubricidad mercadotécnica. No se puede, sin embargo, criticar a los editores por esta concentración incestuosa de títulos en tan pocas fechas, puesto que, según nos cuentan, en un solo día, el mencionado 23 de abril, se registra casi el 10% de las ventas de libros de todo el año, sobre todo en Cataluña, donde celebran Sant Jordi con una devoción que, por desgracia, no ha conseguido extenderse, en la misma medida, al resto del país. Todo lo contrario de lo que ocurre con la dichosa semana santa, que, en los últimos años, parece haber dejado atrás su estatus de rancia tradición del catolicismo español más beato, para convertirse en patrimonio cultural y emblema turístico de nuestra moderna democracia aconfesional. Personalmente, me parece más saludable llenar las calles primaverales de nuestras ciudades con libros y rosas que con esas tétricas procesiones de encapuchados fustigantes. Pero, qué le vamos a hacer, como la alergia, cada primavera regresan con más fuerza los tambores fúnebres y la desinhibida exaltación religiosa de alcaldes y demás representantes políticos, ya sean de izquierdas o de derechas, del norte o del sur, de arriba o abajo. Y es que da la sensación de que este país no deja de avanzar hacia atrás con (franco) entusiasmo.
Foto: César Toimil
Pero volvamos a los libros, a ese día de abril que festeja lo que va camino de convertirse en una forma de cultura alternativa, a pesar de la abundancia de novedades que, como decíamos, florecen a la par esta primavera. Así, de buenas a primeras, nos encontramos con que Bernardo Atxaga publica Días de Nevada; Juan José Millás, La mujer loca; James Salter, Todo lo que hay; Ignacio Martínez de Pisón, La buena reputación… sin olvidarnos de otras recientes apariciones, como La parte inventada, de Rodrigo Fresán; La hondonada, de Jhumpa Lahiri; o Kassel no invita a la lógica, de Enrique Vila-Matas, por citar algunos imprescindibles. Tal avalancha de títulos, quizá resulte un tanto abrumadora para el lector ávido, al que le angustia no dar abasto. Pero, no se me ocurre una forma mejor de escapar de las lóbregas cofradías, del oscuro teatro callejero de nuestra religión estatal, que bajo la luz vital de un libro, o de unos cuantos.

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