PALABRA POR PALABRA. Libros que no quiero terminar


James Salter.  Foto: Gunter Glücklich
Llevo varias semanas sumido en las fabulosas memorias de James Salter, Quemar los días. Y es que, tal y como me había sucedido no hace mucho con su excepcional novela Años luz, trato de demorar su lectura todo lo posible. Es como si un tic nervioso me impidiese leer más de cuatro o cinco páginas seguidas. Inmediatamente, cierro el libro sobre el regazo. Pasan unos minutos, lo abro de nuevo y avanzo dos o tres páginas más antes de volver a cerrarlo. Esta vez, lo dejo sobre la mesa. Me levanto. Echo un vistazo por las estanterías. El dedo sobre el lomo de los libros avanza como la temblorosa vara del zahorí hasta posarse sobre el volumen insoslayable de las mil cuatrocientas páginas de Todo Marlowe. Es perfecto. Empiezo por El sueño eterno. Todo tan familiar, tan reconocible; la concisión narrativa de Raymond Chandler, tan alejada de las líricas digresiones de Salter, el blanco y negro de Bogart y Bacall, toda esa testosterona contenida de un Marlowe de bofetada fácil y whisky en ayunas, a menudo rodeado de mujeres enigmáticas e
imprevisibles…
Jhumpa Lahiri
Tardo dos días en regresar a Salter, a sus días de instrucción militar en West Point y sus primeros vuelos en una academia de aviación de Arkansas, “con el instructor en la cabina trasera, el traqueteo al rodar por la hierba, el viraje hacia el viento, el giro de la cola, el polvo en el aire, y de pronto el sonido furioso del motor”… una vida de novela que acabaría guiándolo inevitablemente hacia la literatura. Van pasando los capítulos, ahora a mayor velocidad, y debo hacer un esfuerzo por detenerme llegado a los tres cuartos de libro. No quiero terminarlo. Ocurre a veces y es una sensación de una ambivalencia maravillosa. Son libros vitales, historias que de la forma más natural parecen habernos pertenecido siempre, voces de una familiaridad subconsciente, palabras que nos enseñan a mirar la realidad a través del arte, ficciones que diseccionan la vida real e historias reales capaces de proporcionarnos el placer único de la fantasía… Busco nuevas lecturas, quizá La parte inventada, de Rodrigo Fresán, o La mujer loca, de Millás, pero ésta no saldrá hasta la próxima semana, y, de pronto, me topo con La hondonada, lo nuevo de Jhumpa Lahiri. Salgo de la librería con un ejemplar. Ya en casa, sobrevuelo las primeras páginas. Enseguida me detengo… Otro libro que no quiero terminar.

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