PALABRA POR PALABRA. Libros que no quiero terminar
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James Salter. Foto: Gunter Glücklich |
Llevo varias semanas
sumido en las fabulosas memorias de James Salter, Quemar los días. Y es que, tal y como me había sucedido no hace
mucho con su excepcional novela Años luz,
trato de demorar su lectura todo lo posible. Es como si un tic nervioso me
impidiese leer más de cuatro o cinco páginas seguidas. Inmediatamente, cierro
el libro sobre el regazo. Pasan unos minutos, lo abro de nuevo y avanzo dos o
tres páginas más antes de volver a cerrarlo. Esta vez, lo dejo sobre la mesa.
Me levanto. Echo un vistazo por las estanterías. El dedo sobre el lomo de los
libros avanza como la temblorosa vara del zahorí hasta posarse sobre el volumen
insoslayable de las mil cuatrocientas páginas de Todo Marlowe. Es perfecto. Empiezo por El sueño eterno. Todo tan familiar, tan reconocible; la concisión narrativa
de Raymond Chandler, tan alejada de las líricas digresiones de Salter, el
blanco y negro de Bogart y Bacall, toda esa testosterona contenida de un Marlowe
de bofetada fácil y whisky en ayunas, a menudo rodeado de mujeres enigmáticas e
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Jhumpa Lahiri |
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