PALABRA POR PALABRA. "Años luz"
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James Salter |
No es habitual escribir
acerca de un libro cuando todavía no se han leído más que unas cuantas páginas,
apenas un tercio de la novela. Sin embargo, ya desde las primeras líneas de Años luz, de James Salter, comprendí que
ésta no iba a ser una lectura más, que me encontraba al borde mismo de ese
momento inigualable y efímero de la revelación; el descubrimiento de algo
fascinante, algo que dejará huella. La confirmación, innecesaria, llegó al
comienzo del capítulo cinco: “La vida es el tiempo que hace. Son las comidas.
Los almuerzos en un mantel azul a cuadros sobre el cual hay sal vertida. El
olor de tabaco. Queso brie, manzanas amarillas, cuchillos con mangos de
madera”.
Había leído antes a
Salter, Juego y distracción, y debo
de reconocer que, sin disgustarme, aquella novela no me había llamado especialmente
la atención. Tanto era así que ni siquiera me animé a comprar su libro de
memorias, Quemar los días, que tan
buenas críticas había recibido y que no dejaba de rondarme cada vez que entraba
en una librería. Por suerte, la editorial Salamandra decidió insistir con
Salter y acabó inundando las mesas de novedades con reediciones de buena parte
de su obra. Escritores a los que admiro, como Rodrigo Fresán, Jordi Soler o
Muñoz Molina le dedicaron elogiosas palabras y se llegó a hablar de Salter como
de uno de los grandes escritores norteamericanos del siglo XX, todavía en
activo (en 2005 publicó un libro de relatos: La última noche), extrañamente relegado fuera de su país a un
segundo plano por caprichosas e insondables circunstancias de la vida.
Con todo esto,
comprenderán que no me ha quedado más remedio que probar de nuevo. Salter
publicó Años luz en 1975, ocho años
después de Juego y distracción, y,
sin duda, ese tiempo transcurrido consiguió hacer de él un escritor
excepcional. Todavía no he llegado a la mitad del libro, no quiero terminarlo.
Me paso el día leyendo sin avanzar. Se trata de una de esas novelas que
desearías estar leyendo siempre. La trama es lo de menos. Se trata de su forma
de mirar, de cómo es capaz de transmitir sensaciones con imágenes
deslumbrantes. Salter consigue poner palabras donde nosotros sólo acertamos a
balbucir emociones imprecisas. Cada capítulo es una pequeña obra maestra.
Observamos cada escena como si ya hubiésemos estado allí antes, su escritura se
funde con nuestros pensamientos. ¡Extraordinaria!
Con palabras tan hermosas, con esta crítica brillante, de altura tan notable, ¿cómo no desear leer 'Años luz'? ¿Cómo no esperar que el libro no acabe, que las frases te atrapen o que el tiempo se detenga en medio de la lectura?
ResponderEliminarSi lo alcanzamos, comentaremos su final.