PALABRA POR PALABRA. Hipocresía


Tiene gracia el revuelo que se ha formado en torno a la publicación por parte del arzobispado de Granada de un libro con el hilarante título de Cásate y sé sumisa. Si en lugar de la tal Constanza Miriano, hubiese sido, por ejemplo, Tom Sharpe el perpetrador de semejante ocurrencia, lo hubiésemos celebrado tanto o más que sus desternillantes Exhibición impúdica o El bastardo recalcitrante. Pero, como suele decirse, siempre se nos van los mejores y Sharpe, lamentablemente, nos dejó la pasada primavera, por lo que a la fuerza hemos de quedarnos con la ínclita Miriano.
Por supuesto, no he leído el libro, pero por lo que comentan los medios de comunicación y los extractos que se conocen, me parece que si uno no quiere tomárselo a risa, al menos debería estar de acuerdo (¡sólo por esta vez!) con el arzobispo de Granada cuando dice que el contenido del mismo “es acorde con las enseñanzas de la Iglesia”.
Asusta ver a tanta gente pidiendo hogueras para quemar el libro de Miriano, incluso la ministra Mato quiere retirarlo de mercado. ¿Acaso Miriano no puede escribir lo que le venga en gana? ¿Acaso si yo escribiera, pongamos por caso, Divórciate y que les den, no tendría derecho a ver mi libro publicado por alguna iluminada editorial? Algunos de mis variopintos amigos, casi todos, en realidad, tuvieron hace años (ojo, pero en el siglo XXI) la ocurrencia de casarse por la iglesia y, según me contaron en su momento, durante los cursos prematrimoniales de obligado cumplimiento a los que asistieron, las charlas del sacerdote poco o nada diferían de los dictámenes recogidos en Cásate y sé sumisa.
La directora del Instituto de la Mujer dice que la publicación del libro “no encaja con los valores de igualdad que deben defender las instituciones públicas”, lo cual es el colmo de la hipocresía. Primero: no creo yo que la iglesia católica sea una institución pública, aunque quizá me equivoque. Segundo: la iglesia católica es a la igualdad lo que Hitler al pacifismo. Y tercero: ¿dónde están los valores de igualdad en los colegios religiosos y subvencionados que segregan a sus alumnos por sexos?
Que la iglesia católica diga barbaridades, no debería sorprender a nadie. Lo verdaderamente recalcitrante es que la religión siga siendo una cuestión de Estado.
Por si acaso, hago mío un verso del último disco de Javier Krahe: “El señor no es mi pastor, yo no soy ningún borrego”.

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