PALABRA POR PALABRA. Panorámica
El sueño olímpico de
Madrid, tras un primer traspié entre la comicidad y la vergüenza ajena, ha
terminado convertido en pesadilla apocalíptica. Supongo que los miembros del
COI respirarán aliviados al comprobar ahora, ya con cierta perspectiva, su buen
criterio en las votaciones del pasado septiembre. Nuestros vendedores del humo
olímpico basaron su estrategia en un burdo sentimentalismo y en la inverosímil
ficción de un país y una capital europea que, a poco que uno se apee de su
coche blindado, salga de su palacete principesco o presidencial y pasee por la
ciudad (cualquier ciudad española, en realidad, pero pongamos que hablo de
Madrid), advertirá que tras esa fachada de cartón piedra del ya famoso “relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor” se extiende, como la
peste, la miseria a caballo de todas sus acepciones. Cada vez más ciudadanos
están en la calle, literalmente. Los bancos rescatados los echan de sus casas,
las empresas para las que se pergeñó una reforma laboral sacada de un cuento de
Dickens los echan de sus puestos de trabajo, en las colas del paro se les
humilla forzándolos a hacer trabajo social, instándoles a partir alegremente al
extranjero, a ver mundo, que es muy educativo. Cada vez hay más personas
mendigando, llamando a las puertas de los pisos para vender calcetines,
kleneex, cualquier cosa que les permita comer ese día. Y mientras la iglesia
católica compra espacios de publicidad en las emisoras de radio, encantada de
su cada día más necesaria labor de caridad, la Educación Pública es
desmantelada por el gobierno, quizá con vistas a que en un futuro cercano, la
propia iglesia católica recupere también ese imperio perdido del
adoctrinamiento pedagógico. Ya se sabe que siempre han estado cerca de los pobres.
Sobresueldos aparte,
la “metáfora” de la ciudad anegada de basura es significativa. Las ratas campan
a sus anchas por la olímpica capital. Quienes se empeñan en privatizar los
servicios públicos, como la recogida de basura, como la Sanidad, se
desentienden del desastre. Nos dicen que el problema debe resolverlo el sector
privado. Ellos nunca son responsables de nada. Ellos venden, no gestionan.
Ahora nos quieren imponer la infracultura de Eurovegas, quizá pensando en la
urgente necesidad de un gran vertedero en el que tratar de ocultar toda la
mierda que nos están echando encima. ¡Qué vista tuvieron los del COI!
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