PALABRA POR PALABRA. La decadente realidad















El alcohol y la nostalgia me había dejado con sed de Mathias Énard. Era una novela corta, demasiado corta y demasiado literaria. Página a página se le escapaba a uno de las manos y dolía anticipar ese final siempre a la vista. Había probado algo muy bueno, una dosis pequeña pero purísima de una prosa cada vez más difícil de encontrar en estos tiempos tan descafeinados, donde hasta la literatura se ha puesto a dieta, donde gran parte de las novelas que publican las grandes multinacionales del sector editorial parecen escritas por directores de marketing, por contables, por técnicos especialistas en ingeniería novelesca (no me extrañaría que existiese algún máster al respecto), o por cualquiera de esos rostros televisivos que lo mismo podrían vender libros que seguros de vida, el caso es vender algo. Vender libros como ladrillos, el negocio es el negocio. Había probado algo nada “innovador”, nada “espectacular”, nada “provocador”, al contrario, algo con un sabor clásico, muy auténtico. Algo que ya había descubierto en Zona, aunque en aquella novela quedase solapado por una excesiva complejidad formal: una escritura esencialmente literaria, apasionadamente literaria.
Me gusta mucho cómo escribe Énard, su mirada siempre ebria de literatura. Su forma de ver y contar el mundo a través del filtro de todas sus lecturas, de su mirada de lector empedernido. Y con Calle de los ladrones por fin he podido calmar mi avidez. Es una novela de una sencilla profundidad, muy literaria, alimentada de un lirismo contenido y vital. Una mirada a estos tiempos convulsos de crisis social y económica a través de las experiencias de un joven marroquí empujado al exilio por partida doble. Expulsado primero de su círculo familiar por las presiones sociales y la hipocresía religiosa, que en pleno siglo XXI ejerce todavía su yugo represivo en buena parte del planeta, y abandonado a su suerte, después, en España, adonde llega buscando una libertad que, pronto descubrirá, ha perdido su lustre, que se ejerce sólo con dinero, sólo para unos cuantos privilegiados, que está en plena decadencia. De la efímera luz de las llamadas “revueltas árabes”, devoradas por el fundamentalismo religioso, a la España de los recortes sociales, de Tánger a Barcelona sin otra escapatoria que sus lecturas, donde la prisión de la realidad se desvanece, donde la libertad parece más real.


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