PALABRA POR PALABRA. Los paisajes de Ford
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Richard Ford |
Hay momentos impagables para un lector en su relación con los libros.
Detalles que anticipan el placer de la lectura y, de alguna manera, la
enriquecen y contribuyen a que esa pasión solitaria rebase las fronteras de la
imaginación y del sillón o la cama, la biblioteca o el banco del parque. La
relación con el libro físico, el de papel, está colmada de pequeños rituales tan
íntimamente ligados a la rutina de leer que uno no puede evitar mirar hacia ese
futuro electrónico que pretenden imponernos con cierta prevención y falta de
entusiasmo. Entrar en una librería y encontrarte el volumen intacto de la nueva
novela de Richard Ford, Canadá, en
esa sobria edición de Anagrama, y sopesar su volumen flexible entre las manos
mientras examinas la portada o lees someramente la sinopsis o, por qué no,
entierras la nariz entre sus páginas para embriagarte del olor del papel nuevo
y la tinta todavía fresca, es una experiencia tan estimulante como lo será su
posterior lectura; como el paseo de regreso a casa con el libro bajo el brazo y
la promesa de largas y sosegadas horas por delante para sumergirte en el océano
narrativo de sus quinientas páginas.
Hasta aquí el libro, el objeto, la parte tangible. ¡Y no es poca cosa,
creo yo, para no haber empezado todavía a leer!
Ahora Ford, ese escritor gigantesco, contemporáneo y ya legendario, todo
un clásico de la literatura universal. Su escritura cautiva por su cercanía,
esa voz que narra con franqueza, que cuenta su historia sólo para ti, casi al
oído, en un ejercicio de calma tensa que acaba desbordando los límites del
tiempo y del espacio. Leer a Ford supone dejarse llevar a través de la
inmensidad geográfica de Norteamérica, marearse un poco con esos paisajes
abrumadores que sabe describir como nadie y que actúan como elemento mítico de
la narración, una suerte de espejo del alma de sus personajes. En sus novelas,
no suele haber una trama predefinida. Podría decirse que son los conflictos de
sus personajes los que a menudo acaban tejiendo la historia. En Canadá, sin embargo, sucede justo lo
contrario. A raíz de una trama perfectamente urdida y narrada con precisión en
sus primeras páginas, el protagonista emprende un camino vital que, alejándolo
del lastre de su pasado, ha de llevarle a encontrar su propio lugar en el
mundo. Canadá es el paisaje íntimo de
ese trayecto, la vida.
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