PALABRA POR PALABRA. Dejar de leer
En una entrevista aparecida este verano en el diario El País, Beatriz de Moura, fundadora de
la Editorial Tusquets, afirmaba, respecto a la crisis del sector editorial, que
“no es que haya menosprecio por el libro, lo que ocurre es que en España y en
parte de Europa se está dejando de leer”. Sin concesiones a la esperanza, la editora
nos alerta de las sombras que se ciernen sobre nuestro futuro, ese apocalíptico
porvenir, tantas veces imaginado en la literatura, de un mundo sin libros, una
sociedad aséptica, dócil y anestesiada. Sin ir más lejos, la propia De Moura
recurre a Fahrenheit 451, la novela de Ray Bradbury, para
darnos una idea de lo que, a su juicio, está sucediendo aquí mismo, en la más
doméstica de las realidades: “la lectura va quedando para unos pocos”.
En la grandísima novela de Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero, el escritor, el libro y el
lector viven una aventura laberíntica de tintes conspirativos en la que los
libros y la literatura adquieren una importancia capital para los gobiernos de
las diferentes naciones. Los departamentos de policía tienen agentes
especiales, refinados intelectuales, encargados de leer y censurar
convenientemente la producción literaria, “¿Qué dato permite distinguir mejor
las naciones donde la literatura disfruta de auténtica consideración que las
sumas asignadas a controlarla y reprimirla?”, se pregunta uno de sus
personajes. La ironía de Calvino subraya la trascendencia real que los libros
han tenido en el desarrollo de nuestras sociedades, en el fomento de la
libertad y el cultivo de la inteligencia. Los libros han sido y son las armas
más eficaces contra el pensamiento único. Todos los gobiernos totalitarios han
tenido al libro como uno de sus más grandes enemigos. Leer siempre ha sido un
acto revolucionario, una enseña de libertad. El policía de libros de la novela
de Calvino nos habla de diferentes tipos de políticas censoras: países donde
solo circulan libros aprobados por el Estado, países de censura imprevisible,
otros de censura sistemática, aquellos donde directamente no hay libros… y por
último, países “donde se publican todos los días libros para todos los gustos y
todas las ideas, entre la indiferencia general”. Sin duda, ésta es la peor
forma de censura posible, la de una sociedad indolente, malograda, que, en
pleno uso de sus libertades, ha renunciado a leer.
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