PALABRA POR PALABRA. Banderas de nuestros jóvenes
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"Paula Carda (tercera por la izq.), militante de Nuevas Generaciones del PP (NNGG) de Vila-real, aparece posando con algunas amigas tras una bandera franquista." (El País, 28-8-2013) |
Da un poco de pena dejar atrás este verano; la austeridad se sobrelleva
mejor con buen tiempo, y la playa es gratis, de momento. No obstante, ha habido
también días de intolerable bochorno,
incluso para un país como el nuestro, soleado, quiero decir. De todos modos,
por suerte o por desagracia, no tardaremos en olvidarlos, puesto que, ahora lo
sabemos, somos un país sin disco duro.
Por si nuestras veraniegas, y muy famosas, fiestas populares no infligieran
ya suficiente tormento a quienes aún conservamos la anticuada capacidad de
sentir vergüenza ajena, este año, los jóvenes y entusiastas militantes de las
nuevas generaciones del PP han conseguido ponerles la guinda kitsch de las banderas, los cánticos y
los saludos fascistas. Toros de fuego, lanceados, cabras voladoras, gente
adulta lanzándose tomates… y ahora balcones de ayuntamientos engalanados con la
bandera de Franco. Normal que el alcalde de Moraleja de Enmedio no se percatase
del cambiazo. Por la noche todos los gatos son pardos y, a decir verdad,
nuestros padres constitucionales no pusieron especial empeño en transformar una
bandera que venía de representar cuarenta años de dictadura en un nuevo símbolo
que ayudase a olvidar un poco esa carga con diferentes y esperanzadores colores;
la bandera es la misma, igualita, salvo por los pequeños matices: un aguilucho
allá, una corona aquí… matices, y claro, la gente, sobre todo esos jóvenes
entusiastas del PP, se acaba confundiendo, y ni el mismísimo señor alcalde es
capaz de advertir la diferencia.
¿Por qué será que en este país se tiene una especial aprensión a lucir
alegremente la bandera nacional (la del matiz constitucional, me refiero)? Lo
que en otros países es símbolo de orgullo y unión, aquí avergüenza a muchos,
desune a otros y no acaba de convencer a los nostálgicos del aguilucho. Leía
estos días en algún dominical acerca del auge de los jóvenes diseñadores de
moda españoles. Se me ocurre que entre todos bien podrían dar con un trozo de
tela de innovador diseño que, de verdad, se desmarcarse de nuestro más reciente
y oscuro pasado. Una joven bandera que a nadie pudiera llevar a confusión, que
no estuviese lastrada por antiguos desencuentros con otras banderas de este
país, y a la que ni siquiera el pajarraco más feo y aterrador pudiera hacerle
sombra. No se preocupen, lo sé. Es pedir demasiado.
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