PALABRA POR PALABRA. El negocio de los libros
Publicado en el diario La Opinión A Coruña (suplemento Saberes) el día 8-6-2013
Dicen los editores desde la Feria del Libro de Madrid que cada vez se apuesta menos por escritores noveles o desconocidos para el gran público y por obras que no aseguren determinadas ventas. La crisis también les afecta y las editoriales buscan el beneficio económico o, al menos, cubrir gastos, cuando no minimizar las pérdidas. No tengo nada en contra de los llamados best sellers, y no me refiero a un libro que por determinadas circunstancias pueda convertirse en un éxito de ventas, sino a aquellos que conforman un género propio: novelas pergeñadas desde una óptica comercial o de consumo, producidas con el único objetivo de gustar a un público masivo, y para lo cual utilizan una serie de técnicas y recursos que las acercan al universo de la fabricación en serie (dependiendo de la habilidad o el talento del autor para darle un toque personal). En el caso de la escritura literaria, a pesar de que el escritor estaría encantado de que su obra llegase a todo el mundo y se convirtiera en un éxito de ventas, no es ése el objetivo ni el impulso creativo de sus novelas; no escribe para gustar a nadie. El escritor literario escribe para sí mismo, es decir, desde su visión subjetiva del arte y su necesidad o deseo de expresar sus inquietudes respecto a determinados temas: la vida, la muerte, el amor, la amistad, el éxito, el fracaso, la identidad… un puñado de temas que se repiten una y otra vez desde diferentes puntos de vista. Ésta es la literatura que a mí me gusta, aunque, como dije antes, no me parece mal ese “fenómeno best seller” porque, igual que ocurre en el cine con las películas de Hollywood, también estos cubren esa función de entretenimiento y constituyen un negocio que aporta grandes beneficios y puestos de trabajo. Sin embargo, sería un error reducir la literatura sólo a este género, el sector editorial sólo a esta idea de negocio tradicional, porque las editoriales no venden meros productos, son transmisoras de buena parte de la cultura de un país, tienen una responsabilidad enorme con sus contemporáneos y las generaciones por venir, y equiparar cultura y rentabilidad es vender nuestra libertad al mejor postor. Desde el gobierno se debe ayudar al sector editorial para que pueda conservar esa peculiaridad de su negocio que le permita no regirse únicamente por las ventas. Que no nos veamos abocados al pensamiento único.
Dicen los editores desde la Feria del Libro de Madrid que cada vez se apuesta menos por escritores noveles o desconocidos para el gran público y por obras que no aseguren determinadas ventas. La crisis también les afecta y las editoriales buscan el beneficio económico o, al menos, cubrir gastos, cuando no minimizar las pérdidas. No tengo nada en contra de los llamados best sellers, y no me refiero a un libro que por determinadas circunstancias pueda convertirse en un éxito de ventas, sino a aquellos que conforman un género propio: novelas pergeñadas desde una óptica comercial o de consumo, producidas con el único objetivo de gustar a un público masivo, y para lo cual utilizan una serie de técnicas y recursos que las acercan al universo de la fabricación en serie (dependiendo de la habilidad o el talento del autor para darle un toque personal). En el caso de la escritura literaria, a pesar de que el escritor estaría encantado de que su obra llegase a todo el mundo y se convirtiera en un éxito de ventas, no es ése el objetivo ni el impulso creativo de sus novelas; no escribe para gustar a nadie. El escritor literario escribe para sí mismo, es decir, desde su visión subjetiva del arte y su necesidad o deseo de expresar sus inquietudes respecto a determinados temas: la vida, la muerte, el amor, la amistad, el éxito, el fracaso, la identidad… un puñado de temas que se repiten una y otra vez desde diferentes puntos de vista. Ésta es la literatura que a mí me gusta, aunque, como dije antes, no me parece mal ese “fenómeno best seller” porque, igual que ocurre en el cine con las películas de Hollywood, también estos cubren esa función de entretenimiento y constituyen un negocio que aporta grandes beneficios y puestos de trabajo. Sin embargo, sería un error reducir la literatura sólo a este género, el sector editorial sólo a esta idea de negocio tradicional, porque las editoriales no venden meros productos, son transmisoras de buena parte de la cultura de un país, tienen una responsabilidad enorme con sus contemporáneos y las generaciones por venir, y equiparar cultura y rentabilidad es vender nuestra libertad al mejor postor. Desde el gobierno se debe ayudar al sector editorial para que pueda conservar esa peculiaridad de su negocio que le permita no regirse únicamente por las ventas. Que no nos veamos abocados al pensamiento único.
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