PALABRA POR PALABRA. Palabras fugaces

Publicado en el diario La Opinión A Coruña (suplemento Saberes) el día 4-5-2013

Julio Llamazares
Entre todo este desastre, esta fealdad ética y estética que la crisis económica y democrática que vivimos ha dejado al descubierto, desnudando las miserias de unos y empujando a otros a quitarse las máscaras, cansados ya de fingir (el gran esfuerzo mental que supone el ejercicio de una activa y constante hipocresía), y mostrarse al mundo tal como verdaderamente son: toda esa vulgaridad política con la que manifiestan un altivo desprecio por la cultura y un absoluto desinterés en fomentar una sociedad más justa e igualitaria. Entre toda esta basura de nuestra actualidad, decía, uno agradece profundamente poder zambullirse durante unas horas en el universo literario de Julio Llamazares a través de su última novela, Las lágrimas de San Lorenzo y disfrutar de la belleza de sus palabras, de su mirada dura y lúcida, de su romanticismo bien entendido; una forma de hacer literatura muy personal, a la vez sencilla y conmovedora, desencantada y fascinada ante el objeto de su narración: la vida, nuestra simple y cósmica existencia. Hay quien ha querido ver en esta novela la voz o la intención literaria que el autor plasmó en uno de sus libros más reconocidos, La lluvia amarilla, y sin embargo, a mí enseguida me ha recordado más a la estupenda Escenas de cine mudo. No creo que tenga demasiada importancia encontrar la comparación más acertada, no obstante, si el lector indeciso busca una referencia que pueda orientarle, ésta me parece a mí más aproximada. De todas formas, y como ya se ha comentado tantas veces, los grandes escritores tienen sus personales y constantes obsesiones que les empujan a escribir y que retoman novela tras novela en diferentes formas, con distintos puntos de partida, pero siempre con las mismas preguntas en el aire, todas esas dudas y quizá alguna certeza. En su última novela, y en toda su obra, Julio Llamazares ahonda en sus reflexiones sobre la memoria y el tiempo, la incertidumbre, la belleza y la inutilidad o el absurdo último de la vida, “¿De verdad existo? ¿De verdad todo lo que ahora recuerdo lo viví en la realidad, o es la ensoñación de un dios cuyo único idioma es el tiempo?” La fugacidad del tiempo evocada a propósito de la contemplación de una lluvia de estrellas la noche de San Lorenzo. Toda la belleza y la inteligencia de la literatura para salvarnos de la procacidad de estos tiempos bárbaros. Gracias Llamazares.

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