PALABRA POR PALABRA. Desahucio cultural

Publicado en el diario La Opinión A Coruña (suplemento Saberes) el día 27-4-2013

Leo en el periódico que la productora y distribuidora de cine independiente y de autor, Alta Films, será desalojada del panorama cultural español después de más de treinta años de actividad. La empresa, que es la propietaria de los míticos cines Renoir, donde se exhibían películas que rara vez entraban en los grandes circuitos comerciales, se había visto obligada en los últimos tiempos a cerrar muchas de sus salas y, ahora, después del último golpe de mano de este gobierno contra la cultura, no le va a quedar más remedio que bajar definitivamente el telón. “El aumento del IVA y el nulo apoyo de las televisiones y el Gobierno al cine de autor, europeo y de calidad” han terminado con el proyecto, según cuenta su propietario, Enrique González Macho, actual presidente de la Academia del Cine. Para mí, los cines Renoir estarán siempre ligados a Zaragoza y mis años de estudiante. Allí pude ver infinidad de películas que de otro modo me habría sido imposible, cine muy personal, donde las inquietudes y la visión artística del director prevalecen sobre las estadísticas, las intenciones recaudatorias y la tiranía de la demanda de entretenimiento del público masivo. Nadie pone en duda que el cine comercial es una gran industria, un negocio rentable. Sin embargo, esto no puede llevarnos a pensar que ese otro cine, al ser despreciado por el gran público y resultar un negocio poco o nada rentable, deba de estar necesariamente condenado a desaparecer. No, porque la cultura, sin dejar de ser un negocio, es también muchas otras cosas: creación, inteligencia, experiencia, conocimiento, libertad…, cuanto más importantes y necesarias. Si la reducimos a su vertiente económica, si exigimos que los productos culturales se adapten a las pretensiones del mercado de la oferta y la demanda, estaremos convirtiendo el arte en un mero producto de consumo, igualándolo, unificando su producción en masa, limitando al creador y al público, fomentando el pensamiento único; ese ser humano estandarizado y sumiso, productor y consumidor al servicio de los poderes económicos, que diría Sampedro. Los productos culturales no tienen por qué estar sujetos al gusto de la mayoría sino a la expresión personal del autor. Si de verdad aspiramos a una sociedad libre y justa, la Educación y la Cultura deben de ir de la mano y permanecer al margen de los grandes intereses financieros. 

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