PALABRA POR PALABRA. Trenes, alcohol y nostalgia
Publicado en el diario "La Opinión A Coruña" (suplemento Saberes) el día 9-3-2013
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Mathias Énard |
He de reconocer que la lectura de Zona (La otra orilla, 2009), de Mathias
Énard, me dejó sensaciones encontradas, una ambivalencia que pasado el tiempo se
ha inclinado más hacia la admiración por su prosa hábil, muy literaria, llena
de momentos sublimes, de párrafos admirables y bellos, con un aura de la mejor
literatura europea, que hacia cierto escarmiento ante lo que, por momentos,
parece una digresión en sesión continua, una prolija exhibición cultural, un narrador
armado de erudición y otros artilugios retóricos capaces de encoger al lector
(a éste lector) en su sillón hasta casi no poder soportar el peso enorme de la
novela en su manos. Un texto en forma de párrafo ininterrumpido de principio a
fin, un monólogo interior sin un solo punto y seguido, un torrente de palabras
apenas contenido por el capricho de las comas. Pero ya digo, después, ha pesado
más el fondo que la forma y las palabras de Énard, sus historias, su mirada
literaria… su Zona, ese trayecto mítico en un tren que
recorre la historia y la literatura europea del siglo XX a través de batallas,
viajes, lealtades y traiciones, consiguió dejar su impronta, su tacto narrativo,
en mi memoria. Lo que quiero decir es que, si bien me había costado un esfuerzo
considerable leer esa novela, sabía que inevitablemente, tarde o temprano,
volvería a leer a Mathias Énard, porque, por muy extraño que pueda parecer, si
bien la obra no había acabado de convencerme, el escritor me había deslumbrado
y de una forma, digamos, inconsciente, tenía ya un lugar entre mis afectos
literarios. Así pues, el tiempo fue haciendo su trabajo y, dos novelas después,
he regresado a Énard, quizá hechizado por la belleza del título, con El alcohol y la nostalgia (Mondadori 2012).
Me ha gustado mucho. La literatura y lo literario son aquí, a la vez, el fondo
y la forma de la novela. Admirador indudable (y declarado) de Thomas Bernhard,
la obra avanza y retrocede en el tiempo y en la memoria al ritmo infatigable de
las reflexiones del narrador, del viaje a bordo del transiberiano (de nuevo el
tren) y del caos sentimental que entraña para todos nosotros ese triángulo
existencial que forman el amor, la amistad y la muerte. Ahora, estoy deseando
leer Habladles de batallas, de reyes y
elefantes (Mondadori 2011), su anterior novela, y “reconciliarme” definitivamente
con este excelente escritor.
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