PALABRA POR PALABRA. Relectura
Publicado en el diario "La Opinión A Coruña" (Suplemento Saberes) el día 12-1-2013
Con menos frecuencia de la que me gustaría, suelo
releer ciertos libros que en su momento me gustaron mucho o que, quizá, su
recuerdo se me ha ido borrando y deseo recuperarlo. A menudo, la elección de
estos libros es caprichosa y depende mucho más del azar que de otras
consideraciones más profundas. De mi admirado Rafael Chirbes, hasta la fecha
solo había releído La larga marcha y La caída de Madrid, a pesar de haber
tenido siempre latente la idea de volver a leer cada una de sus novelas, desde Mimoun, hasta Crematorio y las que vengan. Y, como ya se imaginarán, esa cita
suya, tan accidental como oportuna, que me salió al paso en el texto de
Vaamonde, me llevó a coger mi ejemplar de La
buena letra y sentarme a leerla con idéntica emoción que la primera vez.
Desde la primera página, las palabras de la narradora volvieron a atraparme con
esa voz tan íntima y poderosa, evocando retazos del pasado, de una forma de
vida ya extinguida, la de quienes sufrieron la barbarie de la guerra y la
condena de la derrota, el castigo moral, tan doloroso, de la traición y la ignominia.
El recuerdo de una alegría sencilla y antigua, la pérdida de
lo que fuimos y la sombra de la muerte, que vuelve, si cabe, más inútil tanto
sufrimiento. Palabras que recomponen la memoria de un país desde la voz baja y
emotiva de la vida cotidiana. Una novela extraordinaria.
![]() |
Rafael Chirbes |
“Fueron mi vida. Gente a la que quise. Cada una de
sus ausencias me ha llenado de sufrimiento”. Mientras preparaba mi columna de
la semana pasada (sobre la privatización de la Sanidad Pública), tropecé con esta
cita de Rafael Chirbes (La buena letra)
en el último artículo publicado por Pablo Vaamonde en su blog Pavillón de repouso. Vaamonde escribía
sobre As voces baixas, la nueva obra
de Manuel Rivas, una suerte de libro de memorias, una memoria novelada en la
que el autor “constrúe unha peza literaria cos recordos da súa infancia e
adolescencia… pero onde non fala tanto de sí mesmo como dos seus”. Y allí, a la
vuelta de otro párrafo, repentinas, poderosas y alumbradoras, las palabras de
Chirbes no sólo vinieron a anticiparme lo que será leer la novela de Rivas,
sino que, como un relámpago, una sacudida literaria de una elocuencia casi
poética, me trajeron el recuerdo de lo que supuso para mí leer La buena letra hace más de quince años,
el eco ya lejano de la voz de Ana, la entrañable narradora de la novela.

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