PALABRA POR PALABRA. El refugio

Publicado en el diario "La Opinión A Coruña" (Suplemento Saberes) el día 3- 11- 2012

Fernando Savater
Qué agradable es entrar en la librería y curiosear un rato, perderse entre tanto libro a cubierto de este mundo raro, que cantarían Los Secretos, y triste, tan triste, últimamente. Entrar solo y quizá sólo para echar un vistazo, porque te gusta estar entre libros, el olor del papel y de la tinta de todos esos volúmenes con las páginas todavía intactas, porque afuera vuelve a arreciar con renovado ímpetu la proverbial insensatez del género humano y uno anda buscando un refugio seguro, a prueba de necedades, acorazado, quisiera uno, contra la estupidez humana. En la librería, uno parece sentirse a salvo de todos esos estúpidos (elijan ustedes) que habitan la realidad a golpe de fanatismos raciales, nacionales, económicos o religiosos. Los libros suelen arrojar luz, a pesar de que muchas veces nos hablen de sombras; los libros avivan lo mejor, lo más útil de nosotros: la inteligencia y, por supuesto, son el mejor antídoto contra el aburrimiento, que, como bien sabemos y mejor nos ha explicado Fernando Savater en muchos de los suyos, por ejemplo en su Diccionario filosófico, a menudo “es la explicación de por qué la historia está tan llena de atrocidad y barbarie”. En su libro Savater también llama nuestra atención sobre esa otra lacra de la que veníamos hablando y que, posiblemente, resulte cuanto más dañina que el aburrimiento, causa de tanto absurdo y despropósito,  de tanta miseria y sufrimiento: la estupidez. El escritor cita a Carlo M. Cipolla para explicarnos su visión de los estúpidos como categoría moral: “pretendan ser buenas o malas personas, lo único que consiguen con sus actos es, a fin de cuentas, perjuicios tanto para ellos como para los demás”; y a Anatole France: “el estúpido es peor que el malo, porque el malo descansa de vez en cuando pero el estúpido jamás”. “Aún peor —añade Savater—, porque lo característico del estúpido es la pasión de intervenir, de reparar, de corregir, de ayudar a quien no pide ayuda, de curar a quien disfruta con lo que el estúpido considera «enfermedad», etc”. Visto de esta manera, asusta pensar en la cantidad de estúpidos que ahí afuera (tras los cristales de la librería en la que tan a gusto nos hallamos ahora) ostentan todo tipo de cargos de responsabilidad y de cuyas estúpidas acciones y decisiones dependen muchas veces nuestra libertad, nuestra salud, nuestra educación y nuestros ahorros…

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