PALABRA POR PALABRA. Memoria republicana
Publicado en el diario "La Opinión A Coruña" (Suplemento Saberes) el día 6-10-2012
Con la muerte de Santiago Carrillo, desaparece no
solo uno de los últimos testigos de la historia española y mundial del siglo XX,
sino también uno de sus protagonistas. Por suerte, hasta el final, gozó de una
estupenda salud mental y nos ha dejado diversos e importantes testimonios, en
forma de libros y entrevistas, de su vida y de las circunstancias terribles que
enmarcaron un siglo tan oscuro y violento, pero también tan fértil en ideales y
en una lucha épica contra la tiranía y el fascismo que tristemente asoló
nuestro país durante cuarenta años.
He leído muchas cosas buenas sobre el Carrillo de
la transición, cómo supo anteponer la posibilidad democrática a las exigencias
históricas de su partido y ser pieza clave a la hora de acercar posiciones con
las demás fuerzas políticas en un momento en que la extrema derecha y el
ejército, intactos todavía a pesar de la muerte del dictador, acechaban el
proceso de democratización del Estado con el cuchillo entre los dientes. Casi todos
los políticos de nuestra actualidad han elogiado esa faceta de Carrillo al
frente del PCE como factor clave para llevar a buen puerto esta democracia que
ahora disfrutamos. No obstante, así como sus eternos detractores solo parecen
hacer hincapié en el Carrillo de pasado estalinista, quienes ensalzan su
responsable y crucial participación en la transición suelen silenciar a ese
otro Carrillo, para mí no menos importante, que es el de la clandestinidad. Y
no ya solo por su propia figura, discutida siempre, incluso en los círculos de
su partido, sino por lo que representa, por todos aquellos hombres y mujeres
que, aglutinados en torno a las estructuras del ilegalizado Partido Comunista
de España, una vez perdida la guerra y derrocada la República y la libertad, no
se conformaron con esperar, con “heredar el poder” (como decía Carrillo) cuando
la dictadura expirase por causas naturales, sino que siguieron luchando,
arriesgando y perdiendo, muchos, sus vidas, sin darse nunca por vencidos,
convertidos en la única oposición real al régimen durante décadas, mientras que
otros partidos y otros políticos que fueron apareciendo al final del franquismo
guardaron un obsceno silencio, un inmovilismo que, tal vez, cause cierta vergüenza
recordar.
Nos deja sus Memorias,
sus Recuerdos y reflexiones… y perdemos
quizá el último eslabón con nuestra maltrecha Segunda República.
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