PALABRA POR PALABRA. Rescate cultural
Vivimos a expensas de los mercados financieros,
bajo el designio de los inversores y por obra y gracia de un gran plan
económico universal y omnipotente.
Nosotros, los ciudadanos, insignificantes siervos
de la ubicua deidad bursátil, nos acogemos a sus leyes y mandatos y educamos a
nuestros descendientes en la moral establecida, es decir, en la santísima
trinidad de nuestra economía, a saber: explotación, especulación y un decidido
espíritu de corrupción. Cada uno en función de sus posibilidades, claro, porque
en esta religión, como en casi todas, quien más tiene y más poder ostenta más
virtuoso se muestra, aunque también más estricto e inmisericorde a la hora de
hacer cumplir las divinas leyes económicas a sus congéneres. De todo lo dicho
hasta ahora, podemos encontrar ejemplos Reales (que causan vergüenza ajena,
pero no por las actitudes de las majestades y su progenie, que al fin y al cabo
son las suntuosas actitudes de cualquier realeza que se precie, sino por el
hecho mismo de la persistencia de una institución tan antidemocrática en
nuestro ya adolescente siglo XXI), e incluso ejemplos ficticios, si pensamos en todos
esos aeropuertos sin aviones, cidades da cultura sin cultura o bancos sin
dinero (pero sembrados de altos cargos con sueldazos y jets privados)…
Sin embargo, no podemos ser tan ingenuos como para
pensar que todos nuestros problemas provienen de los afanes y ambiciones de las
clases poderosas. Hasta hace un par de días, aquí, quien no se aprovechaba de
las infinitas posibilidades que le ofrecía el mercado inmobiliario, quien se
atrevía a poner en entredicho la moralidad o la viabilidad del pelotazo del
ladrillo (que apestaba a usura, dinero negro y corrupción), enseguida quedaba
estigmatizado, era un idiota o un aguafiestas, alguien indigno de un país tan
alegre y soleado.
Toda sociedad tiene sus modelos. En España pasamos
enseguida del torero del franquismo al banquero ochentero de traje impecable y
camisa de rayas… más tarde, ensalzamos la figura del constructor o promotor
devenido en concejal de urbanismo, cuando no en alcalde, y ahora serviría de
ejemplo cualquier idiota capaz de hacer dinero fácil al menor coste intelectual
posible. No nos engañemos, lo que
verdaderamente necesitamos no es un rescate financiero, sino cultural, que la
vieja Europa humanista vuelva a fluir por nuestro sistema interbancario.
Más que un amplio rescate cultural general, me gusta más el matiz humanista en el sentido clásico. ¿Recuerdan la reprimenda del juez al final de La hoguera de las vanidades (Tom Wolfe)? "la decencia es eso que os enseñaron vuestras abuelas".
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