PALABRA POR PALABRA. El placer de leer

Publicado en el diario "La Opinión A Coruña" el día 12-5-2012

Fernando Savater
En las últimas semanas, y a propósito de la publicación de su nueva novela, Los invitados de la princesa, Premio Primavera 2012, Fernando Savater se ha prodigado en entrevistas donde, como es habitual en él, no se ha mordido la lengua para regalarnos oportunas y refrescantes reflexiones acerca de la creación literaria y su pasión por la lectura. Asegura que “leer por placer está mal visto (El País 31-03-12)”, y que mucha gente parece buscar en los libros únicamente conocimientos, “La gente se compra novelas como para terminar el bachillerato”. Así que, respecto a su novela, nos advierte de que preferiría que sus lectores “se informaran en otra parte y a la novela fueran para disfrutar literariamente”.
Rafael Chirbes
Rafael Chirbes, en su libro El novelista perplejo (Anagrama 2002), hablaba de la lectura como un acto cultural privado y, por lo tanto, extraño en una época en que la cultura se ha convertido en espectáculo de masas. Se escribe y se lee en soledad a pesar de que el novelista pueda aparecer como “un personaje más de la representación pública de los grandes grupos y la novela como espectáculo que se comenta en los periódicos y en los programas de televisión”.

En estos tiempos en los que hasta una mala digestión puede acabar traspasando la íntima frontera del cuarto de baño (vía twitter), prácticamente en tiempo real, no me extrañaría que el hecho de que alguien desee disfrutar (por placer, no por exigencias laborales o culturales) de cualquier tipo de actividad que requiera o estimule soledad, asilamiento, sosiego, termine diagnosticándose como una suerte de comportamiento patológico. Por la calle, la gente camina pegada a sus teléfonos proclamando, a voz en grito o a táctiles carcajadas, su popularidad, ahuyentando de su cabeza, y de la de los demás transeúntes, la idea de hallarse, de pronto, sola, ¡horror! El loco ya no es ese personaje extravagante que gesticula y habla solo en mitad de la calle (puesto que se ha convertido en norma), sino ese otro que camina solitario y sin prisas, quizá por el mero placer de pasear por la ciudad, con las manos echadas a la espalda en actitud meditabunda y sin sentir la urgente necesidad de compartir con el resto del mundo cada uno de sus pensamientos. El placer de la lectura tiene mucho que ver con esto. Es la locura de sentirse uno tan a gusto estando a solas, en mitad de un océano de palabras.  

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