PALABRA POR PALABRA. Literatura del retrato
Françoise Hardy y Salvador Dalí |
Un día de verano de 1970, el niño que una vez fue
Jordi Soler se quedó prendado para siempre de la inquietante belleza de
Françoise Hardy, cantante y modelo francesa lo suficientemente yeyé como para
competir en popularidad con la mismísima Brigitte Bardot. El niño había
acompañado a su prima, que era periodista, a una suite del hotel Ritz, en
Barcelona, donde iba a celebrarse un encuentro de lo más surrealista entre la
famosa cantante y el ínclito Salvador Dalí. Esta historia, que es uno de los
autorretratos que Soler incluye en un libro hecho de retratos de otros, es la
que da título al conjunto de crónicas más literarias que periodísticas que conforman
su Salvador Dalí y la más inquietante de
las chicas yeyé (Mondadori 2011). Una obra cuya grandeza reside
precisamente en su apariencia de pequeño pasatiempo, de anecdótico repaso a relevantes
personajes y momentos estelares de nuestra historia reciente. No obstante, como
en la mejor literatura, el entretenimiento, que es mucho, viene engastado en una
soberbia habilidad narrativa, en la capacidad de este magnífico escritor para
relatarnos al oído las historias más reales o fantásticas desde la familiar
subjetividad que enriquece todos sus textos y que es ya una marca de identidad.
Desde Los rojos de ultramar, pasando
por La fiesta del oso, hasta Diles que son cadáveres, Soler ha
demostrado no solo su talento, también que posee eso tan ansiado por todo
escritor (aunque, en mi opinión, se tiene o no se tiene; llámenlo suerte): una
voz propia y original.
Los retratos de este libro van desde Al Capone
hasta Hans Christian Andersen, y nos relatan algunas anécdotas maravillosas
acerca de asuntos tan dispares como el impacto que causó en Leonard Cohen un
pasajero encuentro con Janis Joplin en el Hotel Chelsea de Nueva York, y que
sería el germen de su famosa canción, o cómo la casualidad quiso que la
gimnasta Nadia Comaneci, después de años de duro sometimiento al régimen,
acabara huyendo de Rumanía, a través de un bosque helado y en plena noche, solo
unos días antes de que Ceausescu fuese derrocado. El libro lo completan tres
autorretratos en los que Jordi Soler nos cuenta, por ejemplo, la peripecia que
lo llevó a pasar una semana alojado en la casa museo de Oscar Wilde, en Dublín,
ataviado con una de sus batas y durmiendo en la cama-reliquia del celebérrimo escritor.
Un libro estupendo.
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