El pasado día 1 de marzo, todos los académicos
asistentes al pleno de la Real Academia Española suscribieron un informe
escrito por el filólogo Ignacio Bosque, titulado Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer. El documento hace
referencia a diferentes guías de lenguaje no sexista publicadas en nuestro país
en los últimos años. Además de destacar la ausencia generalizada de lingüistas
en la elaboración de estas guías, concluye que sus propuestas o recomendaciones
en el uso del lenguaje, en muchos casos, “conculcan aspectos gramaticales o
léxicos firmemente asentados en nuestro sistema lingüístico” y que, en general,
su argumentación “consiste en extraer una conclusión incorrecta de varias
premisas verdaderas”. Es decir, que es verdad que “existe discriminación hacia
la mujer en nuestra sociedad” o que “existen comportamientos verbales
sexistas”. Sin embargo, se confunde el verdadero sexismo verbal: “Los
directivos acudirán a la cena con sus mujeres”, con expresiones que utilizan el
masculino como genérico para abarcar ambos sexos: “los trabajadores de la
empresa”. Y como ya sabrán, o se pueden imaginar, esto ha causado cierto
revuelo mediático. Javier Marías lleva largo tiempo escribiendo
encendidos artículos al respecto, llamando la atención de la incongruencia
práctica de estas fórmulas de lenguaje no sexista, que nos llevarían a utilizar
expresiones del tipo: "Los empleados y las empleadas madrileños y
madrileñas están descontentos y descontentas por haber sido instados e instadas…”
(Narices con poco olfato. El País
17-12-2006).
En mi opinión, la pretensión de modelar el uso
común del lenguaje, a través de unas guías de estilo, hasta convertirlo
en una aséptica máscara de corrección política, parece cosa de Un mundo feliz o 1984. Creo que, como suele ocurrir cuando se lleva al extremo esa
corriente de lo “políticamente correcto”, este tipo de medidas, a menudo, solo
sirven para lavar la cara, falsear la realidad (la verdadera desigualdad o la
injusticia) y quedarnos contentos con la fachada, las apariencias. Se trata de
una operación de cirugía estética del lenguaje (poco atractiva y nada
literaria), vacía, sin contenido, porque la verdadera esencia para la igualdad
entre hombres y mujeres es la educación, la cultura, fomentar, por ejemplo, una
de las prácticas más saludables para el buen uso del lenguaje: la lectura.
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