PALABRA POR PALABRA. La vida de Sakineh



Voy a hablar de una película desternillante que he visto muchas veces y a la que con frecuencia recurrimos los amigos para hacernos reír todavía, después de tanto tiempo, recordando algunas de sus escenas, diálogos que nos sabemos de memoria y situaciones hilarantes que nunca nos cansamos de relatar con la vivacidad de quien acaba de tener una ocurrencia, como si, una y otra vez, las anécdotas de esta vieja película nos desvelaran nuevas burlas, grotescas ironías que, inopinadamente, se nos hubieran pasado por alto en su momento. Se trata de La vida de Brian, de los Monty Python, ese grupo excepcional de cómicos británicos que nos dejó también otras películas para el recuerdo, como Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores y El sentido de la vida.
La vida de Brian es una delirante parodia del cristianismo que, en el momento de su estreno (1979), desató las iras de los grupos de fanáticos e intocables habituales, esos portadores de la verdad absoluta y, por lo tanto, pertinaces enemigos del librepensamiento, siempre tan melancólicos e intolerantes. El joven Brian, hijo de un centurión romano llamado Traviesus Maximus, es confundido con Jesús de Nazaret, lo que da lugar a una serie de malentendidos que, debido al fanatismo de una muchedumbre ansiosa de revelaciones místicas, de un dogma que dé sentido a sus vidas, terminan convirtiendo a Brian en su martirizado Mesías. En una escena de la película, Brian y su madre asisten a la lapidación de un hombre acusado de haber dicho el nombre de dios en vano. En un tenderete, les venden piedras (con punta, planas y bolsas de gravilla) y barbas postizas (para que también las mujeres, disfrazadas de hombres, puedan participar). Mientras leen la sentencia antes de la ejecución, se crea una gran confusión puesto que el nombre de Jehová empieza a salir, sin querer, de boca de unos y otros y, finalmente, acaba siendo lapidado el propio organizador del evento.
¡Qué risas! ¡Qué disparate! ¿Verdad? Hoy en día, todavía hay países que practican la lapidación. Entre ellos Irán, donde una mujer llamada Sakineh Ashtiani está condenada a muerte por este método, acusada nada menos que de adulterio. Se me heló la sangre hace unas semanas cuando leí que “expertos islámicos” debatían sobre la posibilidad de cambiar su ejecución a pedradas, por muerte en la horca. ¡Qué bondadosos estos hombres de dios!

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