PALABRA POR PALABRA. Todos esos libros pendientes


Se van acumulando y es inevitable. Cada vez son más. Tal vez, con el tiempo, acaben constituyendo una sublime biblioteca de lo desconocido, de lo que una vez rozamos con la punta de los dedos o sopesamos entre las manos sin llegar a asomarnos más allá del borde de sus páginas; ni eso, un título escuchado fugazmente, el nombre de un escritor del que tomamos nota con cierto anhelo de descubrimiento. Me refiero a esos libros que una vez tuvimos en mente, que anotamos en un papel, en una libreta de lecturas futuras, que incluso llegamos a comprar pero que, a día de hoy, con ese plácido aspecto que les otorga el fino polvo gris que los recubre, todavía esperan que el azar de nuestra mano los escoja. Supongo que cada lector tiene su propia lista interminable de libros pendientes. Están esos grandes clásicos que miramos de soslayo al pasar por delante de la estantería, que quizá nos abruman con su regia encuadernación y para los que nunca encontramos tiempo ni el estado de ánimo adecuado. En mi biblioteca, por citar alguno, me espera desde tiempo inmemorial Rojo y negro, de Stendhal. Hay otros títulos no tan imponentes pero, tal vez, más sugestivos que por muy diversas razones vamos posponiendo. Son esos libros que siempre estamos a punto de empezar a leer, que a veces hojeamos con expectación, y que a menudo deben esperar un turno algo caprichoso, pero que, tarde o temprano, acabaremos leyendo. Las armas y las letras, de Andrés Trapiello, lleva tiempo orbitando de este modo alrededor de mi sillón de lectura y supongo que no tardará en caer a tierra. Hay, también, obras que empezamos a leer pero abandonamos, no de forma definitiva, sino con la intención de retomarlas más adelante, cuando intuyamos que nuestro ritmo vital se encuentra, por fin, a la altura de su ritmo narrativo. No han llegado a disgustarnos pero, digamos, no hemos podido, o sabido sintonizar con ellas. Mi ejemplo más reciente es Zona, de Mathias Enard, al que, estoy seguro, volveré pronto con ánimo renovado. Rebuscando en mis libretas, encuentro títulos subrayados que nunca me decidí a comprar, nombres de autores de los que ya no recuerdo los motivos de mi interés, novedades que, si te descuidas, enseguida pasan a engrosar esa vieja lista de libros olvidados. La fiesta del oso (¡2009!), de Jordi Soler, todavía está pendiente. De hoy no pasa.

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