PALABRA POR PALABRA. Kees Popinga y el señor Monde
Georges Simenon (1903-1989) |
Me gustan mucho los libros de Georges Simenon. Por supuesto, apenas he leído un número irrisorio de esas 117 novelas que llegó a publicar con su nombre (¡antes había escrito centenares de libros bajo seudónimo!). Como cualquiera que se haya acercado a su obra, también he disfrutado de las pesquisas de su célebre comisario Maigret. No obstante, algunas de mis novelas favoritas de Simenon, sin dejar de poseer cierto trasfondo de intriga, nada tienen que ver con Maigret ni con subrepticias tramas asesinas o el siempre entretenido enigma del “Cluedo”. En realidad, no esconden mayor misterio que el que albergan sus propios personajes, sus inquietudes, tan humanas, su peripecia vital.
Cuando pienso en personajes míticos de novela, esos que, tal vez por la impresión que nos haya podido causar la lectura del libro o, sencillamente, por la fuerza y la extraordinaria personalidad que el escritor ha sabido imprimir a su protagonista, nos han cautivado de un modo especial; esos que, por muchos años que hayan pasado desde la última vez que leímos las obras que les dan vida, siguen presentes en nuestra memoria, con sus nombres y biografías de ficción, de un modo casi más real que algunas personas a las que sí hemos llegado a conocer físicamente… lo cierto es que, además de otros clásicos, como por ejemplo: Gregor Samsa, El declarante Pereira, Winston Smith, Max Estrella, Holden Caulfield, Ignatius Reilly, Rodion Romanovich Raskolnikov… siempre me vienen a la mente los nombres de Kees Popinga y el señor Monde, protagonistas de dos de las novelas que más me gustan de Simenon: El hombre que miraba pasar los trenes y La huida. Ambas, narran la historia de un cambio, la ruptura inopinada de la cotidianidad de las vidas de sus personajes. Popinga, un hombre familiar y sosegado que al perder su trabajo emprende una huida autodestructiva tomando uno de esos trenes que antes miraba pasar con recelo desde la seguridad de su posición. Y el insatisfecho señor Monde, que, el día de su cumpleaños, decide afeitarse el bigote y dejar atrás toda su vida. Deja el trabajo, abandona a su mujer y emprende una azarosa huida. Personajes entrañables, angustiados, quizá, por esa certeza amarga que en último término nos ofrece la vida, ese destino único e idéntico para todos… ¡seres tan perdidos, casi tan reales como nosotros mismos!
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