FICCIONES. A propósito de Ernesto

Cuando uno empezaba a aficionarse a la lectura, creía que los libros sólo podían depararle aventuras extraordinarias, largas horas de un entretenimiento tan alejado del mundo real como podían estarlo los habitantes del país de Nunca Jamás, del asteroide B 612 o del reino de Fantasía. Poco a poco, ese componente fantástico de la literatura más absorbente fue incorporándose a historias de una apariencia más realista. Se trataba de un juego inocuo de metáforas cuya comprensión o ignorancia no afectaba al placer que deparaba su lectura. Las historias de las novelas conformaban el tejido de un mundo que existía sólo en nuestro interior, del mismo modo que la realidad se hallaba en el exterior. De esta forma, la literatura se había convertido en el mejor truco de evasión jamás conocido, un número de escapismo digno del mismísimo Houdini. Recuerdo aquellas tardes interminables de invierno, después del colegio, en las que, encerrado en mi habitación, conseguía fugarme del tedio de los deberes devorando novelas de Stephen King, Tom Sharpe, Irving Wallace… la literatura era entonces sinónimo de diversión en el sentido más puro y audaz de la palabra.
Sin perder nunca la perspectiva de ese lugar de esparcimiento que encontramos en las novelas, a medida que vamos ingresando en la vida adulta, ésta nos plantea nuevas situaciones, diferentes conflictos, inquietudes o aspiraciones, que afectan también a ese universo de ficción que hemos ido construyendo con nuestras lecturas. Y así, buscando respuestas de ficción a tantos interrogantes como empiezan a asaltarnos en la vida real, vamos encontrándonos con esos grandes escritores cuyas obras parecen diseccionar la realidad con la minuciosidad de un novelesco cirujano. Escritores capaces de mostrarnos la verdad, con todo el dolor y toda la lucidez que ello exige. La lista sería larga, pero yo escribía todo esto a propósito de Ernesto Sabato, fallecido el pasado 30 de abril, preguntándome, como él en El escritor y sus fantasmas, cuáles son “esas oscuras motivaciones que llevan a un hombre a escribir seria y hasta angustiosamente sobre seres y episodios que no pertenecen al mundo de la realidad; y que, por curioso mecanismo, sin embargo parecen dar el más auténtico testimonio de la realidad contemporánea”.

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