FICCIONES. De Nueva York a París

Publicado en el diario "Galicia Hoxe" (enlace texto en gallego) el día 29-5-2011

Diane Keaton y Woody Allen en "Manhattan" (1979)
Que mi objetividad a la hora de juzgar las películas de Woody Allen deja mucho que desear, no hace falta que me lo advierta nadie. Lo sé desde hace demasiado tiempo, quizá desde que, con quince o dieciséis años, viese por casualidad, en un pase de televisión, El dormilón. Fue, sin duda, la pequeña pantalla del televisor la que propició mi perdida adicción al cine del director neoyorquino pues, también por aquella época, tuve la oportunidad de disfrutar de las deliciosas Annie Hall y Manhattan. Luego llegó Alice (1990), la primera película de Woody Allen que pude ver en el cine, a mis ya dieciocho años, y desde entonces no creo haber faltado nunca a la cita en las salas de cine. El vídeo me permitió recuperar todos los filmes anteriores y también coleccionar los que ya había visto. La efímera vigencia de los VHS me dejó, sin embargo, con unos treinta estuches de hermosas carátulas llenos de cadáveres sin rebobinar. Con todo, me rehíce y conseguí los DVD. Cada cierto tiempo, acostumbro a organizarme un ciclo de varias noches en las que repaso su filmografía. Me gusta hacerlo por décadas; los 70: además de las ya citadas, destacaría la divertidísima La última noche de Boris Grushenko; los 80: Zelig, La rosa púrpura del Cairo, Hannah y sus hermanas, Delitos y faltas…; los 90: Maridos y Mujeres, Misterioso asesinato en Manhattan, Desmontando a Harry… y tantas otras. Ya entrados en el sigo XXI, mi devoción por sus personajes inteligentes y neuróticos, por sus diálogos siempre incisivos, buscando el doble sentido, la profundidad desde el humor de lo cotidiano, ha permanecido intacta pese a que desde ciertos sectores de la crítica se le haya querido achacar el desgaste de los años, su obsesión por rodar un largometraje anual. Todo lo demás, Melinda y Melinda, Match Point… me parecen grandísimas películas. Pero es que a mí me gustan también las consideradas “obras menores”. Incluso de la tan menospreciada Vicky Cristina Barcelona, supe extraer esos guiños ya familiares del director que el espectador fiel espera encontrar en cada nueva historia. Su Nueva York alimentará siempre mi imaginación del blanco y negro cinematográfico. Ahora, con Midnight in Paris, Woody Allen hace de París Nueva York; del humor, surrealismo romántico; del cine, magia.

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