PALABRA POR PALABRA. Lo que sé de Juan José Millás


Todavía bajo el influjo de su última novela, Lo que sé de los hombrecillos (2010), uno tiene la sensación de que algo del universo delirante de Juan José Millás ha quedado atrapado en el interior de su cabeza. Sin descartar que haya sucedido justo lo contrario, es decir, que sea una parte de nuestra mente la que continúe vagando enajenada en El mundo (2007) pergeñado por el escritor; esa dimensión alternativa de lo real que se expande en cada nueva novela, relato, columna o reportaje que escribe Juan José Millás desde que, allá por 1974, apareciese su primera obra, Cerbero son las sombras. Y es que leer a Millás supone un ejercicio permanente de desequilibrio, aprender a observar con extrañeza lo cotidiano, redescubrir la vida desde una perspectiva tan original como familiar, la que nos proporciona nuestra imaginación.
Los personajes de Juan José Millás gustan de las habitaciones de hotel y de los televisores encendidos y sin volumen. A veces, jadean al teléfono y acuden al  psicoanalista. Sospechan de los armarios y, en general, de los objetos más cotidianos. Les gusta pasear y descubrir lugares fantásticos en calles que conocen de memoria. Disfrutan, como auténticos yonquis, de sus estados febriles y dicen cosas como “al poco de que murieran mis padres en un incendio que yo no provoqué…”.
Las novelas de Juan José Millás suelen explorar el mundo más cercano (una casa, una calle, un armario, un bolsillo) en busca de pequeñas rendijas por donde se cuela el absurdo existencial, donde la imaginación y la realidad diluyen sus fronteras de tal modo que, a veces, lo fantástico puede parecernos más real que lo cotidiano. Las novelas de Millás son profundas y ligeras, dramáticas e hilarantes, cuerdas y locas… Destilan una inteligencia que me recuerda al cine de Woody Allen; ese complejo juego entre ficción y realidad que el director neoyorquino maneja siempre con lucidez y elegancia.
Leer a Juan José Millás es, en definitiva, una sutil aventura de andar por casa. Para muchos de sus lectores, además, sus obras son tan necesarias como un frasco de barbitúricos, porque quienes leemos a Millás, en el fondo sabemos que lo hacemos por la misma razón por la que él escribe (El País Semanal, 2-1-2011: “Escribo por las mismas razones que leo, porque no me encuentro bien”). Nosotros, tampoco.

Comentarios

  1. Cada novela o artículo de Millás que leo, cada columna explicando lo que él ve en una fotografía que los demás no vemos, me despierta la misma exclamación castiza: ¡este hombre está como una regadera! Aun siendo válida para "Lo que sé de los hombrecillos", creo que esta novela es lo más cercano a la realidad que he leído de este enorme escritor. La debilidad moral del ser humano, sus íntimas compulsiones, la delgada línea que nos separa del desastre, llenan las páginas como si fueran espejos en los que mirarnos.
    Muchas gracias por tus amenas columnas, por su calidad y tu magnífica escritura.
    Nos vemos pronto.

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