FICCIONES. El señor Cayo

En época de elecciones, siempre me acuerdo de la novela de Miguel Delibes, El disputado voto del señor Cayo. El libro nos traslada a los primeros balbuceos democráticos de nuestro país, una época de efervescencia política e ideológica que hoy parece extinguida, al igual que el universo rural que representa el señor Cayo, último superviviente de una cultura sepultada bajo el asfalto de las grandes ciudades, auténtico pozo de una sabiduría antigua, de un conocimiento íntimo y práctico de la naturaleza con la que convivía. La novela hace hincapié en la disparidad de intereses entre unos políticos urbanos de finales de los años setenta (que han acudido hasta el pueblo del señor Cayo para hacer campaña), y el hombre solitario que vive en aquel lugar remoto y deshabitado de la montaña. No obstante, este encuentro acabará sacudiendo los supuestos culturales, políticos e intelectuales del joven diputado que encabeza el grupo. Y es que a veces, la política y la vida reinventada de las ciudades parecen alejarnos de los asuntos verdaderamente importantes, de las cuestiones reales, de la verdad.  
Hoy en día, también lo urbano y lo político han acabado por distanciarse. Lo cierto es que la política se ha alejado tanto de la realidad, que constituye su propio universo, paralelo al rural, al urbano e incluso al digital.
La realidad política, hoy en día, se asemeja cada vez más a la ficción política de las novelas (véase Wikileaks). ¿Son o no ficticios todos esos pueblos que al acercarse las elecciones aumentan bruscamente su población? (Se han dado casos de personas empadronadas en gallineros. No tardaremos en hallar futuros electores habitando hórreos y cruceiros). ¿Acaso les parece real que los eurodiputados se hayan negado a aplicarse a sí mismos las medidas de austeridad exigidas al grueso de los ciudadanos? (¡No quieren congelar sus salarios, ni siquiera reducir el coste de sus viajes volando en clase económica en los trayectos cortos!)
¿Qué fue de aquellos políticos que nacieron con la democracia y venían con un saco de ideales debajo del brazo? Y sobre todo, ¿Qué fue de una ciudadanía orgullosa de su derecho a voto? Utilicemos ese derecho para hacer que nuestros políticos vuelvan a la realidad, que recuperen, al menos, esa parte de verdad que encarnaba el señor Cayo.

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